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Habrían transigido con ir al cementerio del Père Lachaise por tratarse de un paseo; pero no era cosa de ir hasta Ville d'Avray, con lo cual perdían un día entero, y un día tiene en París gran valor. Por eso, conforme a las previsiones del doctor, sólo tres o cuatro amigos muy adictos, entre ellos Felipe de Auvray, ocuparon el tercer coche del duelo.

No pido que me conteste, no me atrevo a exigir tanto; pero será suficiente una palabra, una seña, un ademán, la más leve indicación para que yo vuele a sus pies, y pase a su lado la existencia. »Felipe Auvray. »Calle de San Nicolás, 5.º piso. Hay una pata de liebre en el cordón de la campanilla.» ¿Has comprendido, Amaury?

Este relato hubo de repetirlo el bueno del portero en obsequio al conde, añadiendo finalmente que el señor de Auvray y su acompañante habían tomado un simón, y que él les oyó dar esta orden al auriga: ¡Volando al Bosque de Bolonia... avenida de la Muette! El conde no quiso saber más; repitió estas señas a su cochero y partieron al galope.

, pero por especial merced, pues en virtud de pedírselo yo en tu nombre va a sacrificar a uno de sus adoradores, me parece que a mi amigo Felipe Auvray, y tengo el número cinco. ¡El número cinco! dijo Magdalena. Y después de meditar un momento, añadió: ¡Así, bailarás un vals! Puede ser contestó Amaury en tono indiferente.

¡Cómo! ¿Después de comprometer con tus audacias e impertinencias a Antoñita, te atreverás a decir que ella te corresponde? Señor Auvray, ¿tendría usted bastante audacia para decir en mi presencia que le ama? Antes a ti que a otro: al fin eres su tutor. Está muy bien, pero se lo callaría usted. No veo el motivo si ello fuera verdad dijo Felipe que empezaba a salir de sus casillas.

Usted conoce muy bien al hombre que he elegido por marido: es... prosiguió Antoñita con voz ahogada lanzando una furtiva mirada al sepulcro de Magdalena como si quisiera pedirle aliento para hacer tal confesión, es... Felipe Auvray.

Desde la noche del baile, Auvray había ido todos los días, sin faltar uno, a informarse del estado de Magdalena. Solía recibirle Antoñita, y después que ésta partió, era José quien le daba las noticias.

Este arrojó el arma y se acercó a Alberto, quien a su vez acercose a Felipe, el cual aún conservaba la pistola descargada en la mano. ¡Diantre, señor de Auvray, deme usted pronto esa arma! exclamó el procurador. Existe una ley contra los desafíos.

¡Qué dice usted! exclamó Amaury. ¿Es posible que alguien sospechara siquiera que yo quería a Antoñita? No ha faltado quien haya hecho esta conjetura; sepa usted que mi sobrino, único pretendiente formal a la mano de la señorita de Valgueceuse, se ha retirado, no por ceder el terreno al señor de Auvray, sino por usted, amigo mío. ¿Por ? murmuró Amaury, aterrado. ¡Por !...

Auvray cumplió el encargo, y salió devanándose los sesos por atinar con la causa de aquella misantropía que de un modo tan brusco había hecho presa en el alma de su amigo. Este, perplejo y malhumorado, evocaba entretanto sus recuerdos, pugnando por explicarse la razón del extremado rigor que el señor de Avrigny había usado con él.