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Actualizado: 24 de mayo de 2025


La guerra había suprimido los automóviles particulares; era necesaria una autorización previa para las excursiones. Sólo se encontraban carruajes tirados por caballos flojos, desechos de la movilización. ¿Si fuésemos á Mónaco? propuso Alicia.

En los primeros años de la revolución este silencio era amenizado de vez en cuando con agradables diversiones. Los oficiales corrían las calles en automóviles de alquiler, disparando sus revólveres. Se tiroteaban de unos carruajes á otros. ¡Asunto de divertirse un poco!...

Chocaban los vehículos, y cuando los conductores, á impulsos de la costumbre, iban á injuriarse, intervenía el gentío y acababan por darse las manos. «¡Viva FranciaLos transeuntes que escapaban de entre las ruedas de los automóviles reían, increpando bondadosamente al chauffeur. «¡Matar á un francés que va en busca de su regimiento!» Y el conductor contestaba: «Yo también partiré dentro de unas horas.

Su padre había querido llevarlo á Burdeos, pero el desorden administrativo de última hora la mantuvo en la capital. Algo más había hecho. El día del gran esfuerzo, cuando el gobernador de la plaza lanzó en automóviles á todos los hombres válidos, había tomado un fusil, sin que nadie le llamase, ocupando un vehículo con otros de su oficina.

Una semana después, la blanca popa del buque y las dos caras de su proa ostentaban un nombre en letras de oro, repetido además en los rollos salvavidas y en las diversas embarcaciones secundarias, balleneras, botes á vapor, botes automóviles: Gaviota II. Tenía el tonelaje de un pequeño trasatlántico y la velocidad de un torpedero.

A la gente popular de la primera hora sucedieron otros grupos menos bulliciosos y de mejor aspecto, que pasaban en automóviles propios ó en grandes vehículos de servicio público. Los establecimientos de enseñanza habían enviado á sus alumnos en formación militar para que visitasen la tierra de donde surgió la liberación femenil.

Ella en uno de sus vehículos monumentales, pues no gustaba de andar, acostumbrada al quietismo de la estancia ó á correr el campo á caballo. Desnoyers, el hombre de los cuatro automóviles, los aborrecía, por ser refractario á los peligros de la novedad, por modestia, y porque necesitaba ir á pie, proporcionando á su cuerpo un ejercicio que compensase la falta de trabajo.

Avenidas y calles formaban un entrecruzamiento regular de blancas cintas. Notábase en ellas el movimiento humano como un tenue hormigueo. A trechos lo cortaba el rápido deslizamiento de algunos puntos brillantes: automóviles y tranvías.

Tenían un aspecto grave, duro, austero, implacable. Empujaron repetidas veces á Desnoyers como si no le viesen. Parecían monjas, pero con revólver debajo del hábito. A mediodía empezaron á llegar otros automóviles, atraídos por la enorme bandera blanca con una cruz roja que había empezado á ondear en lo alto del castillo.

El Parque, adornado con numerosos cordones de bombillas eléctricas, presentaban un aspecto hermosísimo que era realzado por la animación que se notaba en los alrededores, por donde cruzaban centenares de personas á pie, en coches y en automóviles para presenciar el magno acontecimiento.

Palabra del Dia

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