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Actualizado: 12 de julio de 2025
El primero que encontraron fue el Ferrer, moribundo, con la cabeza chorreando sangre, lanzando aullidos y retorciéndose lo mismo que un demonio... Ya había acabado de penar. ¡Que Dios le acogiese en su misericordia!
De repente rompió en aullidos, pues no parecían otra cosa los esfuerzos de su voz para hablar a gritos. Los circunstantes podían oírle difícilmente estos conceptos: «Partirle el corazón es poco; es menester... machacárselo».
Algunos de los al parecer más importantes soldados de su extraña tropa desmontaron de los caballos, lanzaron aullidos, en señal de alabanza, admiración y júbilo, alzaron a Morsamor en hombros, y se apartaron del palacio que el voraz incendio ya consumía. Hicieron luego que Morsamor y los suyos montasen todos a caballo, y con profundo acatamiento y pompa triunfal se pusieron en marcha.
Ya decía yo bien. ¡Como hay Dios! ¡será una hermosa corrida! Entonces fueron los aullidos de alegría, los gritos de admiración convulsiva, gritos que hubieran resucitado a un muerto. ¡Bravo, toro! ¡bravo! gritaron todas las voces de la multitud... ¿Todas?... no, una sola faltó, la de la joven de la flor de almendro.
Sentían impetuosamente las necesidades primarias de la vida animal: el hambre y el amor; sufrían rabiosamente la crueldad de enfermedades y dolores; se batían entre ellos á muerte por la comida ó por la hembra; pero todo esto en absoluto mutismo, sin los aullidos de triunfo ó de agonía con que acompañan los animales terrestres iguales manifestaciones de su existencia.
Mas ella se reía mucho, porque como yo la había dicho que sabía hacer burlas y encantamentos, pensó que había caído por gracia y nigromancia y no hacía sino decirme que subiese, que bastaba ya. Con esto y con los palos y puñadas que me dieron, daba aullidos; y era lo bueno que ella pensaba que todo era artificio y no acababa de reír.
Los tres perros de Manos Duras, después de saltar junto á las ruinas saludando con alegres ladridos á su amo invisible, se mostraron inquietos y empezaron á husmear en torno á ellos. Luego prorrumpieron en aullidos feroces. Babeando de rabia y con los colmillos amenazantes intentaban subir la arenosa cuesta, retrocediendo á continuación para avisar á los gauchos la presencia del enemigo oculto.
Entonces, los gritos de los españoles agarrotados en medio de aquel horno, fueron tan atroces que los piratas, como a pesar suyo, lanzaron aullidos salvajes para ahogar la voz desgarradora de aquellos infortunados. El incendio estaba entonces en toda su fuerza.
Estos aullidos les parecían una música bárbara pero agradable; consideraban con benevolencia todo lo que les rodeaba; se creían señores de la vida, como en aquellos instantes eran señores de la noche. Sólo ellos existían en el mundo. Miguel, obedeciendo á un obscuro impulso, la habló de su hijo.
Allí estaba todavía, con el corazón oprimido, buscando un camino, cuando la puerta de entrada se abrió bruscamente y dos grandes molosos, manchados de amarillo, se precipitaron hacia mí. Lancé un grito. Los monstruos me saltaron encima, olfatearon mis ropas y volvieron a salir lanzando furiosos aullidos.
Palabra del Dia
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