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Actualizado: 6 de noviembre de 2025
El mismo día, el señor Le Bris escribía al señor de La Tour de Embleuse: «Señor duque: No me atrevo a llamarle a su lado. Cuando usted reciba esta carta, ya habrá dejado de existir. Cuide y consuele a la señora duquesa.» La carta de Mantoux y la promesa formal de la muerte de Germana llegaron el 12 de septiembre a poder de la señora Chermidy.
No quiero maldecirte, porque la maldición de un padre es siempre escuchada por Alá...; no, no me atrevo a maldecirte...! Con estas palabras agitó su mano izquierda hacia atrás, y taloneando fuertemente la mula, dejó caer al suelo toda la hogaza, desapareciendo en seguida entre los peñascos.
¡Hola, mon petit! dijo Simón acercándosele. Hete ya escudero hecho y derecho y en camino de calzarte muy pronto la espuela de oro, mientras que yo soy y seré sargento instructor de arqueros y nada más. Apenas me atrevo á seguir hablándote con la misma franqueza que cuando trincábamos en los mesones de nuestra tierra.
Ahora amo a Vd. con todo mi corazón, y sin Vd. no hay felicidad para mí. Cierto es que en mi humilde inteligencia no puede usted hallar rivales tan poderosos como yo tengo en la de usted. Ni con la mente, ni con la voluntad, ni con el afecto, atino a elevarme a Dios inmediatamente. Ni por naturaleza, ni por gracia, subo ni me atrevo a querer subir a tan encumbradas esferas.
-Antes creo, Sancho -dijo don Quijote-, que te quieres encaramar y subir en andamio por ver sin peligro los toros. -La verdad que diga -respondió Sancho-, las desaforadas narices de aquel escudero me tienen atónito y lleno de espanto, y no me atrevo a estar junto a él.
Lo único que me atrevo a esperar de su amabilidad es que me firme el ejemplar. Lo haré con mucho gusto. El joven poeta estaba sobre brasas. El carácter de Núñez le inspiraba un vivo recelo. Así que no fue posible retenerle allí más tiempo a pesar de los esfuerzos que aquél hizo para ello. Mientras se alejaba a paso rápido todavía le gritaba: Mil enhorabuenas.
»Me parece todo ello tan natural, tan sencillo, que mi imaginación inventa mil obstáculos; pero ¿existen realmente, querido tutor? »Quizás me juzga usted joven y frívolo en demasía; pero le llevo a ella dos años y la frivolidad no es elemento esencial de mi carácter. »Hasta me atrevo a decirle que si soy frívolo no lo soy por naturaleza, sino porque usted me ha aconsejado que lo sea.
Ahora vivo aquí, en casa de estas señoras que nos han ofrecido á mí y á Clara un asilo. Sólo por usted, señor don Elías dijo Salomé. Ya lo sé; sólo por mí contestó el viejo. Pero yo continuó dirigiéndose á Lázaro, si te llamé estando en la otra casa, ahora no me atrevo á darte hospitalidad porque.... Señor don Elías dijo Paz, de lo de arriba puede usted disponer á su antojo.
Nadie pensaba misia Casilda, ni un criado, ¿llamaré? ¡Dios mío! no me atrevo; ganas me dan de bajarme y echar a correr... ahí viene alguien. ¡Valor! Cuatro changadores, con el piano en hombros, salieron por la puerta de la antesala, y una vocecita fresca decía: ¡Cuidado! reparar en los cristales y en el farol; más despacio, agacharse un poco...
Me atrevo á decir: yo no lo quise, Dios nos ha hecho libres, y si yo hubiera podido dudar de esta verdad hasta entonces, aquel momento supremo en que el alma y el cuerpo, el valor y la cobardía, el bien y el mal se entregaban en mí tan patentemente á un combate mortal, aquel momento, repito, habría disipado para siempre mis dudas.
Palabra del Dia
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