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Actualizado: 6 de noviembre de 2025
Ya lo he dicho en otro lugar, y voy á decirlo aquí otra vez. El que crea que no necesita leerlo dos veces, que lo pase por alto; pero casi me atrevo á decir que aunque lo leyera todos los dias, no perderia el tiempo. Una virtud moral que se llama recato. Una virtud física que se llama aseo. Una virtud social y religiosa que se llama caridad.
Y uno por todos dixo, bien pudiera Ese chocante embaxador de Febo Tratarnos bien, y no desta manera. Mas oigan lo que dixo: yo me atrevo A profanar del monte la grandeza, Con libros nuevos, y en estilo nuevo. Calló Mercurio, y á poner empieza Con gran curiosidad seis camarines, Dando á la gracia ilustre rancho y pieza.
No me atrevo a negarlo ni a ponerlo en duda, señor don Alejandro: después de lo que usted me ha dicho, eso es... creo, creo hasta en agüeros... ¡y hasta en las brujas mismas, caray! El caso es, amigo mío, que el daño existe, para mi desgracia. Esa es, mi señor don Alejandro, la que yo lamento: no la mía, que ya no me preocupa.
Aquella cortina era en aquellos momentos para el duque el velo impenetrable de la fatalidad. No puedo... dijo al fin. Sí, sí podéis dijo Dorotea , vos lo podéis todo. No me atrevo dijo el duque, que no quitaba ojo de la cortina. Necesito la libertad y la seguridad de don Juan dijo con acento voluntarioso Dorotea. Yo no puedo sobreponerme á las leyes.
Dijo y echó a andar hacia la puerta. ¡Pepe! ¡Pepe! gritó María, desgarrando su pañuelo entre sus dedos agarrotados. Llama al demonio le respondió irónicamente Pepe Vera. ¡Pepe! ¡Pepe!, ten presente lo que voy a decirte. Si te vas con la Lucía, me dejo enamorar por el duque. ¿A que no te atreves? respondió Pepe, dando algunos pasos atrás. ¡A todo me atrevo yo por vengarme!
Aunque usted, misia Melchora, no necesita consejos, pudiendo, por el contrario, darlos muy atinados y oportunos, me atrevo a insinuar la conveniencia de comunicar con precaución a Carlitos la fatal noticia, pues en el estado de melancolía a que le ha conducido su amor desconsolado, pudiera tener el mismo fin de Werther, de aquel doncel alemán tan sentimental, tan tierno, el cual no hubiera servido para trompeta de órdenes de Hindenburg, pero que nos ha dejado, en cambio, el eco elegíaco de su dolor, espejo perdurable y eterno modelo de los dolores de amor.
Me lo temo. Desde hace algunos meses, no sé exactamente lo que pasa en el escritorio, no puedo, pues, decir nada preciso; sin embargo, no me sorprendería que el señor Aubry hubiera hecho importantes depósitos en esa casa, después de mi partida. Como las explicaciones que quiere darme a este respecto son causa de agitación para él, no me atrevo a interrogarlo.
»Mientras nos proporcionamos una casa en el campo, nos hemos alojado en la capital de la isla, en el hotel Victoria. Esperamos salir de aquí a fines de semana, pero no me atrevo a asegurar si lo haremos todos con nuestras piernas. Mi pobre enferma está cada vez peor; el viaje la ha fatigado más aún que si se hubiese mareado.
Ahora me arrepiento, porque no me atrevo a confiar esto a papá, y además hay veces, como ahora, en que me parece inútil escribir estas cosas: no siempre las cosas que se piensan necesitan ser escritas; y otras, no sé escribirlas o no lo puedo... ¿Por qué habrá ciertas cosas que no se pueden escribir, ni siquiera decir? ¡Pero si yo tuviera una hermana! ¡A ella se lo diría todo, estoy segura!...»
Yo no me atrevo a tanto, porque alguna religión hay que tener; pero tampoco me gustan las exageraciones. Lo triste sería que tu padre tuviese algún disgusto por culpa de tu hermano. Adiós, orgulloso mío, no te quejarás de la reprimenda, ni de que escribo poco. Tuya, siempre, siempre, »Como si lo viera.
Palabra del Dia
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