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Actualizado: 30 de junio de 2025
La había sentido vibrar entre sus brazos con el mismo estremecimiento de la sarracena y otras mujeres, cuando él las atraía para besarlas; y parecíale llevar aún en la mano el loco latir de aquel corazón bajo el duro azabache. En cambio, él también quedaba herido por Beatriz, y quizá para siempre.
Entre este tormento y este goce, se hallaba tan absorto en sí mismo, que nada del exterior atraía sus miradas. No veía la campiña normanda huir ante sus ojos en la opulencia de sus ricos cultivos, ni notaba la atención hacia él de una joven que viajaba en el mismo compartimiento. ¡Qué le importan los campos fértiles y las lindas mujeres! La intensidad de su amor lo apartaba de todo.
La idea de perdernos no nos contrariaba mucho, porque saboreábamos de antemano mano el gusto de salir al fin a puerto sin auxilio de práctico y por virtud de nuestro propio instinto topográfico. El laberinto nos atraía, y adelante, adelante siempre, seguíamos tan pronto alumbrados por el sol como por el gas, describiendo ángulos y más ángulos.
No tardaban los amigos en buscarle; y ahora el campanero, después el manchador, luego el pertiguero, el perrero o el zapaterín, iban agregándose al grupo de que era núcleo el Vara de plata. A don Antolín le gustaba verse rodeado por tanta gente, no creyendo que fuese Gabriel quien la atraía, sino su autoridad, que inspiraba miedo y respeto.
Las palabras que le murmuraba Huberto le daban una animación, un brillo insólito; atraía todas las miradas. Además, los dos jóvenes formaban una pareja tan encantadora, que todos se detenían para admirar la flexibilidad y la gracia de sus movimientos. La joven, al sorprender las miradas de sus amigas fijas en ella, presintió que le envidiaban aquel novio probable, y esto no la contrarió.
Se hace mención de una mujer marina que vivió luengos años en hábito religioso en un convento donde á todos era dado verla. No hablaba, pero sí se entretenía en hilar y en otros quehaceres. Con todo, el agua la atraía y empleaba toda su inteligencia para volver á su querido elemento. Diráse: Si realmente han existido esos seres, ¿por qué fueron tan raros? ¡Ay! La respuesta nos viene á la mano.
Decía que el gorro de dormir era una punta que atraía los atributos de la infidelidad conyugal. Pero aquella noche había tenido frío, y a falta de gorro de algodón o de hilo, se había cubierto con el que usaba de día, aquel gorro verde con larga borla de oro. Ana vio y oyó que en aquel traje grotesco Quintanar leía en voz alta, a la luz de un candelabro elástico clavado en la pared.
La noche había cerrado. Bajo la luz de los faros eléctricos pasaban tranvías y automóviles hacia el interior de la ciudad. Siguiendo las arcadas de los antiguos edificios vecinos al puerto desfilaban grupos de trabajadores de los establecimientos marítimos. Barcelona, deslumbrante de resplandor, atraía á la muchedumbre.
En la relacion del auto de fe celebrado en Méjico el año de 1549, se lee lo siguiente al tratarse de la ejecucion de varios reos judaizantes: «Fueron relajados para el brasero en persona trece, con quienes se usó la piedad de darles garrote antes de ser quemados: menos en Tomás Trebiño de Sobremonte por su insolente rebeldía y diabólica furia, con que aun habiéndole dado á sentir en las barbas, antes de ponerle en el cadalso, el fuego que le esperaba, prorrumpió en execrables blasfemias, y atraia con los pies á sí los leños de la hoguera, en la cual tambien ardieron cuarenta y siete osamentas con sus estatuas, y de los fugitivos diez.»
Lo que tanto atraía su atención era un lindo palacio situado entre un florido patio y uno de los extensos jardines, ya muy raros en París, que los ve desaparecer poco a poco para ceder el puesto a esos gigantes de piedra sin aire, sin espacio y sin verdor, llamados casas, con notoria impropiedad.
Palabra del Dia
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