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Actualizado: 16 de junio de 2025
El padre de Lope era amigo íntimo del señor D. Bernardino de Obregón, y, como él, hacía con ferviente celo obras de caridad y misericordia; asistía en los hospitales á enfermos y pobres, y ejercitaba á sus hijos en prácticas tan piadosas . Consta de El Laurel de Apolo que era también poeta, y no hay dificultad en imaginar que su ejemplo despertó hacia la poesía la precoz inclinación de su hijo, á no ser que se deduzca del pasaje citado, que él mismo no descubrió el talento poético de su padre hasta después de su muerte.
Mateo Mantoux, médico menos timorato, aceleró los efectos del yodo y la curación de Germana. Germana llevaba ya un mes del tratamiento por el yodo. El doctor asistía todas las mañanas a la inspiración, y muchas veces le acompañaba el señor Delviniotis. Este tratamiento no es infalible, pero es suave y fácil.
Una de las pocas, casi la única admiración que ya le quedaba a Tristán en literatura era la de Rojas, su maestro y protector. No asistía con puntualidad a sus tertulias nocturnas de los viernes, pero iba de vez en cuando. Y cuando tropezaba en la calle al célebre poeta, nunca dejaba de departir con él algunos instantes y solía acompañarle hasta el paraje adonde se dirigía.
Como siempre pasa, había bulas para difuntos. En sitio privilegiado, entre la verja de madera y el altar, no sólo estaban la madrina y las señoras que habían pagado la carrera al preste, sino otras a quienes no asistía derecho alguno; y lo que es aún más digno de censura, unos cuantos hombres.
El señor Le Bris asistía a aquel milagro del cielo azul; dejaba obrar a la Naturaleza y seguía con un interés apasionado la acción lenta de un poder superior al suyo. Era demasiado modesto para atribuirse el honor de la cura, y confesaba ingenuamente que la única medicina infalible es la que viene de lo alto. No obstante, para merecer la ayuda del Cielo, él también ayudaba un poco.
En esta continua correría de un público a otro, adorado por los entusiastas, que ansiaban hacerle grata la vida en la población, conocía mujeres y asistía a juergas organizadas en su honor. De estas fiestas salía siempre con el pensamiento turbado por el vino y una tristeza feroz que le hacía intratable. Sentía crueles deseos de maltratar a las hembras.
Pocos días después, al entrar por la mañana en el aposento de Francisco Montiño el hombre que le asistía, le encontró sentado sobre la cama, mirando con extrañeza cuanto le rodeaba. ¡Dónde estoy! dijo ; ¡y mi mujer! ¡dónde está mi mujer! ¡dónde está mi hija! ¡y tan tarde, y sin haber acudido á las cocinas! El asistente le creyó más loco que nunca.
Asistía uno por uno a todos los dolores de Cristo, desde la memorable noche del huerto hasta el instante de cerrar los ojos para siempre entre dos ladrones, víctima de la perfidia de los hombres. Las sublimes palabras de perdón que al expirar pronunció, sonaban en sus oídos como una promesa del cielo y una esperanza de verle aún rodeado de gloria en la otra vida.
Pagaba una cuota mensual en las Escuelas Dominicales, pero no asistía a las lecciones ni a las conferencias; vivía lejos del círculo en que el Provisor reinaba. Este visitaba poco a las personas que no podían o no querían servirle en sus planes de propaganda.
María pudo entregarse de lleno a la vida de perfección, a la cual aspiraba con vehemencia. Las horas del día le parecían pocas para orar, lo mismo en la iglesia que en su casa, y para llorar sus pecados. Frecuentaba los sacramentos cada vez más, y asistía y tomaba parte con su presencia y dinero en todas las solemnidades religiosas que se celebraban en la villa.
Palabra del Dia
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