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El fuego de la fiebre me subió a la cabeza y cada pulsación de mis arterias me gritaba: «¡Es necesario que le hables! ¡Es necesario que le hablesMe desvestí a medias y me recosté en el sofá. El reloj tocó las once; tocó las once y media. Todavía se oía resonar en la casa el ruido de sus pasos, pero mientras más tarde se hacía, menos posible me era poner en ejecución mi proyecto.

Las largas pipas hicieron un movimiento simultáneo, como el de las arterias de insectos asustados. Todos los presentes, sin exceptuar al escéptico herrador, tuvieron la impresión de que veían a un aparecido y no a Silas Marner en carne y hueso. En efecto, la puerta por que había entrado Silas estaba oculta por los bancos de alto respaldar, y nadie había advertido su llegada.

Todos esos filones sinuosos que atraviesan las rocas como arterias de cristal, deben su origen á modestas corrientes de agua. Es cierto que en la mayor parte de los casos, el agua sale de las profundidades del suelo, no en forma de líquido, sino en forma de vapor y á elevada temperatura, porque de otro modo no podría disolver los materiales que tapizan las paredes de sus antiguos lechos.

Quise levantarme, y sentí que la fuerza me faltaba, que la sangre se helaba en mis venas y arterias, que un horrible zumbido me hacia perder la vista, el oido y la conciencia de mi ser; en fin, que un vértigo se apoderaba de toda mi organización. Era el mareo, ese cólera de los mares que no perdona á ningún viajero y vence aún á los mas vigorosos temperamentos!

La vista se me anublaba; caminaba á tientas en medio de los marineros, y hacia esfuerzos supremos de voluntad ... Lo que pasó por mis músculos y nervios, por mis arterias y mi cerebro, es indescriptible; fué una lucha interior tremenda, abrumadora, que me dejó casi exánime.

Como en el cuerpo animal, las arterias y las venas se acompañan; un círculo no interrumpido se forma entra la corriente que lleva la vida y la que produciría la muerte. Desgraciadamente, el organismo artificial de las ciudades, está lejos todavía de parecerse por su perfección á los organismos naturales de los cuerpos vivos.

En sus ojos inyectados de sangre brillaba la fiebre del asesinato; todo su cuerpo se estremecía de cólera, esa terrible cólera del pacífico, que cuando rebasa el límite de la mansedumbre es para caer en la ferocidad. Como un jabalí furioso se entró por los campos, pisoteando las plantas, saltando las arterias regadoras, tronchando cañares.

En efecto; siento lástima de la señorita. Quiero decir... Lléveme usted a casa... Amigo añadió esforzándose en aparecer jovial su discurso y me pareció muy bonito. ¡Qué bien habla usted, qué bien!... Da gusto... Basta de lisonjas dijo el clérigo; y luego mirándome añadió : y usted, señor militar-teólogo, ¿de qué arterías se ha valido para sacar de su casa a esta señorita?

El prestigio del poder atrae y fascina. ¡Qué fuertes son los hombres que consiguen sobreponerse a esa atmósfera de embriaguez en que viene envuelta la popularidad!... Llega la noche; la circulación de carruajes se ha prohibido en las arterias principales.

Para él, este medicamento goza de una accion especial sobre los huesos y el gran simpático, y por consiguiente sobre los nervios del corazon y de las grandes arterias, y que ha observado sus pulsaciones estando acostado el enfermo. Atribuye á este medicamento el eretismo del corazon y de los grandes vasos, así como la propiedad de rebajar la sensibilidad exaltada.