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Actualizado: 2 de junio de 2025


El señor López ofreció su faetón a «las magistradas ». Irían todos apretados, pero esto entraba en la fiesta. En cuanto al señor Cuadros, sacó de la cuadra del hotel su carruajillo, del que estaba orgulloso, y amontonó en él la esposa, el hijo y las dos criadas. ¡Buenas noches...! ¡Hasta mañana...! ¡Descansar...! ¡Arre, valiente!

Ni una nube en el cielo y un sol que sacaba chispas de las paredes y parecía reblandecer las losas de las aceras. ¡Arre, valientes!... ¿Qué quieres , Loca? Y mientras arreaba sus machos, alejaba con el pie a la blanca gata, que maullaba dolorosamente, intentando meterse bajo las ruedas. ¿Pero qué quieres, maldita? ¡Atrás, que te va a reventar una rueda!

Andrés quedó pasmado de tal limpieza y facilidad. Ahora ; en marcha: ¡Arre, caballo! Los rucios emprendieron por la carretera un trote cochinero. Las vísceras todas del joven cortesano protestaron enseguida de aquel nefando traqueteo, y a cosa de un kilómetro clamaron de tal suerte, que se vio obligado a tirar de las riendas del caballo.

Nolo fué á la cuadra y sacó el caballo á la calle y cerciorándose de que ningún transeunte cruzaba á la sazón, llamó en voz baja á Demetria. En un instante la subió sobre el potro, montó él detrás de un salto, y ¡arre, Lucero! Como se hallaban en un arrabal de la ciudad pocos instantes tardaron en salir al campo.

Veía al pequeñín cuando lo colocaba su padre sobre la dura espina del animal, golpeando con sus piececitos los lustrosos flancos y gritando «¡arre! ¡arrecon infantil balbuceo.

Juan Claudio me tomó, me dejó en este montón de paja... y aquí estoy. ¡Arre, Bruno! murmuró el doctor. Y luego respondió gravemente: Esta noche, señora Catalina, nos ha sucedido la mayor de las desgracias. No hay que culpar a Juan Claudio si, por la falta de otro, perdemos el fruto de nuestros sacrificios. ¿La falta de quién?

¡Tan feliz ayer y tan desgraciado hoy! le dije . ¡Cuán limitada es la creación que está a nuestro alcance! ¡Cuán pobre es el universo!... El Omnipotente se ha reservado para lo mejor, dejándonos la escoria... No podemos salir de este maldito círculo... no hay escape por la tangente... El ansia de lo infinito quema nuestra alma, y no es posible dar un paso en busca de alivio... Vueltas y más vueltas... ¡Mula de noria... arre!... Otro circulito y otro y otro...

Como D. Quijote soñaba aventuras y las hacía reales hasta donde podía, así Alfonsín imaginaba descomunales mudanzas y trataba de realizarlas. D. Francisco, que estaba en Gasparini con Isabelita, oía ruido de trastos, chasquidos de látigo, y estas palabrotas: ¡Ala... arriba... upa... ajo... arre caballo!

Vamos, en marcha... Hay que apretar el paso... ¡Qué moza, D. Andrés! ¿verdad?... Pues tiene una hermana que va a ser mejor que ella todavía... ¡Qué chiquilla más espetada y más rica! tan bien formadita por delante como si tuviera veinte años, y no tiene más de catorce... ¡Arre caballo! ¿No repara usted, D. Andrés, cómo agradecen los caballos que el jinete eche unas copitas?

Mejor será que tiente usted al diablo, tía bruja. ¡Arre, fuera de aquí; móntese usted en el escobón y transponga al aquelarre! No es para tanto furor. Yo te lo proponía por tu bien y sin interés alguno. De desagradecidos está el infierno lleno. Rafaela se fue a la cocina refunfuñando. Juana volvió poco después de casa del cacique.

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