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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Apagaron las velas que en el aposento ardían, y andaban buscando por do escaparse. El descolgar y subir del cordel de los grandes cencerros no cesaba; la mayor parte de la gente del castillo, que no sabía la verdad del caso, estaba suspensa y admirada.
El balcón, abierto, dejaba ver las obscuras masas del arbolado del jardín; las estrellas brillaban convidando a dulces meditaciones; ardían los cirios ante Pilar, y en la fachada de Artegui se veía luz al través de unas cortinas.... Bajar diez escalones, y encontrarse en el jardín; atravesar el jardín, y encontrarse sobre un pecho amante que para ella era cera suavísima, acero para sus enemigos.... ¡Horrible tentación!
Después de tan corta ausencia, le sería fácil hacer pasar, la cosa como una simple broma. Ya en su casa, entró sonriendo en el gabinete donde había quedado su mujer; las lámparas ardían todavía, pero Mariana no estaba; después de haberla llamado con discreción, penetró en el dormitorio débilmente alumbrado, mas vio sorprendido que no había nadie; subió corriendo a las habitaciones de miss Brown.
En el cénit cúmulos níveos flecados de plata; celajes de tul; girones de gasa incendiados por la luz poniente; retales de brocado que ardían enrojecidos; cintas nacaradas; aves de fuego; serpientes de gualda que se retorcían y se alargaban; esquifes con velas de encaje, que bogaban como cisnes en el inmenso zafirino piélago.
El rostro trigueño no volvió a inclinarse hacia su lado en todo el tiempo que duró la misa. En cambio, Andrés, por una especie de atracción magnética, apenas pudo quitarle ojo. Al mudar el misal para leer el Evangelio, la joven se levantó, tomó un hacha de cera que tenía delante, colocada sobre unos palitroques, y fue a encenderla en uno de los dos cirios que ardían al pie de la verja del altar.
Entre aquellas cartas, la mayor parte insignificantes o reveladoras de cosas ya conocidas de Ferpierre, había algunas que el Príncipe había escrito a su amiga en los preliminares de su amor. Eran tan apasionadas y fervorosas, que casi se exhalaba de ellas un hálito ardiente: las palabras suspiraban, cantaban, ardían con llama viva.
Por orden de Alhakem vadeó el Guadalquivir un buen golpe de sus guerreros, fue a caer sobre el arrabal de los muladíes, que estaba del otro lado del río, y le entregó al saqueo y a un voraz incendio. Los muladíes vieron las llamas y el humo; pensaron que ardían sus casas y tal vez sus mujeres y sus hijos, y abandonaron la pelea para acudir a socorrerlos.
De repente, hizo presa en aquellos adornos, y en un segundo los devoró, escupiéndolos después como negras pavesas, que revoloteaban sobre las cabezas de la muchedumbre. Los monigotes, firmes y en pie, ardían como grandes antorchas con un inquieto plumaje de llamas. Andresito recordaba los cristianos embreados que iluminaban con sus cuerpos el camino de Nerón.
Encontróse entonces frente a la puerta de la capilla, que estaba de par en par abierta; era esta entrelarga, ancha y extensa, con una gran puerta en el fondo que daba al interior del colegio y otra lateral para el servicio de la gente. En el testero hallábase el altar, parcamente adornado, con algunas luces que ardían a derecha e izquierda del tabernáculo.
Sobre la mesa ardían cuatro velas. Unos ramos de flores de trapo apolillábanse polvorientos en búcaros de loza ordinaria. La capilla estaba llena de gente. Los aficionados de clase humilde amontonábanse dentro de ella para ver de cerca los grandes hombres.
Palabra del Dia
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