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El lector no comprenderá el origen de la equivocación que me hizo anunciar con tan buena fe la muerte del joven; pero apuesto a que cuantos lean esto sospechan que algún estupendo embuste del viejo Malespina hizo llegar a mis oídos la noticia de una desgracia supuesta. Así fue, ni más ni menos.

Se oyó un tiro de pistola; después un grito penetrante salió de la cámara de Kernok; Zeli se precipitó hacia ella; no era nada, una miseria. Figuraos que Kernok, un poco excitado por el grog, había elogiado mucho su habilidad a Melia. Te apuesto le decía que de un pistoletazo te hago saltar el cuchillo que tienes en la mano.

Cuando se dieron la mano para despedirse, notó Juana en su mirada una singular expresión de inquietud y desconfianza. Apuesto dijo la joven sonriendose que adivino vuestro pensamiento. Veamos. Os preguntáis si no voy yo a decir a mi turno como aquella dama: «¡Adiós, imbécilEs cierto... y en verdad que tendríais razón para hacerlo, pero somos un par de locos.

Señorito, yo no salgo del paso.... Aquí convenía un abogado, una persona entendida. , , hace mucho tiempo que lo pienso yo también.... Es indispensable tomar mano en eso, porque la documentación debe andar perdida.... ¿Cómo la ha encontrado usted? ¿Hecha una lástima? Apuesto a que .

¡Eh! acertádolo habéis; tenéis razón... he sido torpe, porque no he podido prever que la tal ninfa se enamorase de tal modo de vos. ¡Milagro! apuesto á que hacéis de ella una Magdalena; aunque os lo repito, estoy seguro de que habéis cometido una torpeza... seréis capaz de haberla dicho que herísteis á don Rodrigo. Pues os habéis equivocado de medio á medio. ¿Pues quién ha sido?

Un galón de vino del Jura apuesto por el arco, dijo Reno, y por mis barbas que preferiría apostarlo de buena cerveza de Londres si tal hubiera por estas tierras. ¡Apostado! exclamó el ballestero. Lo que no veo, continuó mirando rápidamente en derredor, es un blanco que merezca tal nombre, pues yo no he de perder el tiempo tirando á esos escudos, buenos para ejercitar reclutas.

Un sentimiento de orgullosa alegría, llenó de pronto el corazón de Delaberge: «Este apuesto muchacho, robusto y hermoso como un roble joven; este Simón de alma noble y de voluntad enérgica era verdaderamente su hijo...» Después toda su alegría se disipó al solo pensamiento de que este hijo suyo llevaba el nombre de otro y sería siempre un extraño para su padre natural.

Delaberge se echó a reír. ¡Apuesto, señora Liénard, que es él quien le aconseja en este asunto de los deslindes! Lo ha adivinado usted... Cuando hace dos años regresó Simón de la Escuela de Cluny, ofreció a los usuarios del pueblo defender gratuitamente sus intereses y todos le dimos plenos poderes... Y así es como entré en relaciones con él.

Amalia, que apenas le conocía, comenzó a observarle con viva curiosidad. Tanto se le había hablado de él, del cariño y respeto que profesaba a su madre, de su humor melancólico, de sus habilidades, de su piedad exagerada, que deseaba tratarle con intimidad; quería penetrar en el alma de aquel mancebo tan apuesto y tan inocente. No tardó en convencerse de que el amor aún no había prendido en ella.

Excelentemente educada, por otra parte, era incapaz de adoptar una resolución extrema sin antes consultar a sus padres. De unos seis meses acá, se veía constantemente asediada muy de cerca por el apuesto notario y por Ayvaz-Bey, el corpulento turco de veinticinco años de edad, a quien hemos dicho que designaban con el remoquete de Tranquilo.