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Ofreció uno a don Víctor, diciendo: Vamos, Quintanar, usted que es cazador... y yo que también lo soy... ¡al monte! ¡al monte! Y con los ojos, al decir esto, se lo comía, y le insultaba llamándole con las agujas de las pupilas idiota, Juan Lanas y cosas peores. ¡Bravo, bravo! gritaron aquellos señores, que aplaudían el heroísmo ajeno.

¡Lejos de aquestos tutelares muros, Los compañeros de mi edad feliz, No serán a tu amor jamás perjuros; Se acordarán de ti! Un aplauso general salió del grupo de los niños, como un grito de entusiasta asentimiento. Los grandes no aplaudían; con el alma en los ojos y las lágrimas en estos, escuchaban inmóviles.

Antes de profanar grandes obras poéticas, representándolas ante los bancos solitarios del teatro, desde los cuales el día anterior aplaudían los abortos de la superfluidad más moderna, una concurrencia de gusto pervertido; antes de acoplar producciones tan opuestas entre como los dos polos enemigos, es preferible desterrar para siempre toda obra de mérito, privar para siempre la escena de las creaciones del arte dramático y de la poesía, y transformarla en lugar de pasatiempo del vulgo, como los saltimbanquis y prestidigitadores en las ferias.

Gallardo se aprovechó de esta compasión simpática para salir del compromiso. Marchando de lado contra el toro, lo hirió con una estocada atravesada y traidora. Cayó el animal como una bestia de matadero, soltando un caño de sangre por la boca. Unos aplaudieron sin saber por qué aplaudían, otros silbaron, y la gran masa permaneció en silencio.

De repente vio, casi con imágenes plásticas, las ideas de orden, de moral casera, ordinaria, sumidas en una triste y pálida y desabrida región del espíritu; oscurecidas, arrinconadas, avergonzadas; las vio, como el guardarropa anticuado y pobre de una dama de aldea, ridículas; eran como vestidos mal hechos, de colores ajados; ella misma se los había vestido y sentía vergüenza retrospectiva; , ella, a pesar de su prurito de originalidad, participaba de tantas y tantas preocupaciones, estaba sumida en la moral casera de aquellas señoras de pueblo que no aplaudían a los cantantes ni solían tener queridos.

Entretanto, el soldado, a voz de contrapunto, clamaba así: Otra palabra, bella María, y de todo punto desaparece mi triste lisiadura, y otra y última intercesión, y desaparece mi ceguera. Los del baile aplaudían, muchos preguntaban, todos respondían, gritaba el soldado y saltaba y latía estruendosamente el perro.

Aplaudían los amigos de la casa el gusto y la esplendidez de la marquesa, a quien atribuían exclusivamente la dirección de todo aquello, mientras la interrogaban con un gesto, por no atreverse a ser más explícitos con la lengua, al recorrer una verdadera serie de salones fastuosamente decorados.

Se aplaudía; le parecía que en torno suyo multitud infinita de sombras aglomeradas le aplaudían también; que resonaba un intenso palmoteo, cuyo fragor llenaba toda la tierra.

El público sensato se mostraba descontento, los alabarderos aplaudian más furiosamente á medida que perdian la esperanza de vencer en aquella jornada, y su jefe, harto ya de oir los dicterios que contra la pieza proferia el más procaz de los habitantes del nido, encaróse con él, y díjole: «¿Cuántos años tiene usted, caballerito?» «Quince, para servir á ustedcontestó el interrogado con un aire que desmentia lo compuesto de las palabras. «Y ¿no le gusta á usted esta obratornó á preguntar el jefe de alabarderos. «, señortornó á contestar aquél, y añadió acto contínuo: «Y á usted ¿le agrada?» «A me parece una obra muy aceptablerepuso el imprudente amigo de la empresa.

Comenzó el partido en medio de una gran expectación; los primeros juegos fueron llevados a la carrera por el Cacho, que tiraba las pelotas como balas unas líneas solamente por encima de la raya, de tal modo que era imposible recogerlas. A cada jugada maestra del navarro, los señoritos y los carlistas aplaudían entusiasmados; Zalacaín sonreía, y Bautista le miraba con cierto mal disimulado pánico.