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Casi al mismo tiempo tendió Yonson su temible arco y la flecha detuvo en su vuelo al milano, que empezó á caer velozmente; alzóse gran clamoreo de los espectadores, que aplaudían ambas proezas; pero la aprobación de todos se trocó en asombro al ver que Yonson ponía apresurado otra flecha en su arco apenas disparada la primera y apuntando horizontalmente clavaba á su vez una saeta en la infeliz cigüeña, casi en los momentos de dar ésta con su cuerpo en el suelo.

Las mujeres, de mantilla blanca, le seguían desde los palcos con sus gemelos; en los tendidos de sol aplaudían y aclamaban lo mismo que en los de sombra. Hasta los enemigos sentíanse arrastrados por este impulso simpático. ¡Pobre muchacho! ¡Había sufrido tanto!... La plaza era suya por entero. Nunca había visto Gallardo un público entregado a él tan completamente.

Gallardo, quitándose la montera, saludaba a los grupos que aplaudían su paso. Envuelto en su capote de lujo, se dejaba llevar como una divinidad, inmóvil y erguido sobre la corriente de sombreros cordobeses y gorras madrileñas, de la que salían aclamaciones de entusiasmo.

No, Blasillo; aquellas buenas gentes trataban de distraerse. ¡El día es tan largo! y además, ¿de qué podía quejarme? no me habían silbado, al contrario, me aplaudían. ¿Qué quieres? mi vida es un papel; así como así, todo es comedia: amistad, valor, virtud, gloria, abnegación. ¡Oh! ¡comandante! exclamó Blasillo con amargura. ¡Todo, muchacho, todo! hasta la piedad de las mujeres por la desgracia.

Don Germán, que tenía instinto artístico, no quiso restaurar ninguna de las ruinas que la pesadumbre del tiempo había causado en las construcciones de los frailes y todos los hombres de gusto se lo aplaudían. Los restos de la abadía, de la iglesia, de los cenadores y los muros estaban cubiertos de maleza y exhalaban la dulce melancolía de las cosas pasadas.

Y el otro, abriendo los brazos con una expresión de desaliento, dijo: Soy su dueño; soy el marido de la condesa Titonius. Después de tal revelación, creyó oportuno Robledo abandonar su asiento, guardándose el cigarro que iba á encender. Al volver á los salones vió que todos aplaudían ruidosamente á la poetisa, convencidos de que por el momento había renunciado á decir más versos.

Decía mil chistes, sutilezas y discreciones, que se aplaudían y gustaban más aún por el acento sevillano con que los decía, por la expresión de su rostro, por la viveza de sus ojos y por los frescos y colorados labios, y blancos, iguales y apretados dientes, por entre los cuales brotaba suave, argentina y simpática su fácil y espontánea palabra. Sabía ella además infundir amor y respeto.

En la casa todos estaban revueltos, como si el amor propio de la fonda de la calle de las Águilas estuviese comprometido en aquella jornada. Eduardito se empeñó en ir conmigo, lo mismo que Villa y Olóriz. Matildita había ofrecido un cirio a la Virgen de la Esperanza si me aplaudían, y Fernanda, el dueño adorado cuanto maduro de su hermanito, oír una misa en día que no fuese festivo.

La espada quedó clavada en menos de un tercio, cimbreándose, próxima a saltar del cuello. Gallardo se había apartado de los cuernos, sin hundir el estoque hasta el puño como otras veces. ¡Pero está bien puesta! gritaban los entusiastas señalando la espada, y aplaudían estrepitosamente para suplir con el ruido la falta de número. Los inteligentes sonreían con lástima.

Mas aunque aplaudían la idea de la manifestación, no encontrando otra mejor para el fin propuesto, ninguno quería echar el cascabel al gato; esto es, ninguno quería llevar la palabra ante el P. Prior, cuyas malas pulgas tenían presentes.