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Actualizado: 19 de octubre de 2025
Un día, al salir de su escritorio para ir a comer en la casa donde estaba de huésped, encontró al aperador de Matanzuela. Rafael parecía esperarle apoyado en una esquina de la plazoleta, cuyo frente ocupaban las bodegas de Dupont. Fermín no le había visto en mucho tiempo. Lo encontraba algo desfigurado; con las facciones enjutas y los ojos hundidos en un cerco oscuro.
El aperador continuaba exasperando al gitano con ese humor campesino que se goza en enfurecer a los pobres de espíritu y a los vagabundos. Oye, Alcaparrón, ¿tú sabes quién es este señor? Pues es don Fernando Salvatierra. ¿No has oído hablar nunca de él?... El gitano hizo un gesto de asombro, abriendo los ojos desmesuradamente. ¡Pues poco nombrao que es el señó!
Los hombres trabajaban lo mismo de noche que de día, ayudados por sus familias, en un noble aislamiento, sin la emulación de grupo ni el miedo al aperador. El hombre no era un esclavo en cuadrilla: rara vez se conocía allí el bracero a jornal. Cada uno cultivaba lo suyo, y los vecinos se ayudaban en las faenas difíciles.
El viejo no pudo callar más tiempo. ¿Tampoco fumaba?... Ahora comprendía el asombro de ciertas gentes. Un hombre de tan pocas necesidades metía tanto miedo como un ánima del otro mundo. Y mientras Salvatierra aproximábase a la lumbre, que comenzaba a crepitar con alegre llama, el aperador salió de la cocina. Poco después volvió, llevando al brazo su capote de monte.
Además, deseaba revistar el cortijo antes que adelantase la noche, temiendo que el amo quisiera recorrerlo por un capricho de su embriaguez. En el patio se tropezó con Alcaparrón, que atraído por el ruido de la fiesta esperaba una coyuntura para introducirse en la sala con su pegajosidad de parásito. El aperador le amenazó con varios palos si seguía allí.
Todo esto, con el visiteo, el ir al campo a inspeccionar las labores, el ajustar todas las noches las cuentas con el aperador, el visitar las bodegas y candioteras, y el clarificar, trasegar y perfeccionar los vinos, y el tratar con gitanos y chalanes para compra, venta o cambalache de los caballos, mulas y borricos, o con gente de Jerez que viene a comprar nuestro vino para trocarle en jerezano, ocupa aquí de diario a los hidalgos, señoritos o como quieran llamarse.
Su hija también acogía con afecto al señorito, tuteándolo como en los tiempos de su infancia, y riendo todas sus gracias. Era el amo de Rafael, y algún día sería ella su sirvienta en aquel cortijo, que veía a todas horas con la imaginación, como el nido de su felicidad. De la juerga escandalosa que tanto la había indignado contra el aperador, apenas si se acordaba.
¡Que no me quiere! gritó el aperador con acento desesperado. ¡Que ya no me hace caso! ¡Que hemos roto y no quié verme!...
El aperador lo comprendió todo... ¡Pero qué señorito tan gracioso! Para dar una sorpresa a los amigos y reír con el susto de las mujeres, había obligado a Zarandilla a que soltase un novillo del establo. La gitana, alcanzada por la bestia, habíase desmayado del susto... ¡Juerga completa! ¡La pobrecita Mari-Cruz! lloriqueó Alicappón . La gitana Mari-Cruz se moría.
Parece mentira que usted sea de Cádiz. En cuantito venga Isabel, se lo planto en el pico. No hará usted tal, salerosa, porque yo me encargaré de desmentirla. ¡Yo de usted, desaborío! ¡Con esas patas tuertas y esos andares de aperador! Que se le quite, grandísimo gallego. «¡Vuelta con la gallegada», dije para mi, cada vez más inquieto.
Palabra del Dia
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