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Actualizado: 5 de junio de 2025
Esto dicho, volvió Sancho las espaldas y vareó su rucio, y don Quijote se quedó a caballo, descansando sobre los estribos y sobre el arrimo de su lanza, lleno de tristes y confusas imaginaciones, donde le dejaremos, yéndonos con Sancho Panza, que no menos confuso y pensativo se apartó de su señor que él quedaba; y tanto, que, apenas hubo salido del bosque, cuando, volviendo la cabeza y viendo que don Quijote no parecía, se apeó del jumento, y, sentándose al pie de un árbol, comenzó a hablar consigo mesmo y a decirse: -Sepamos agora, Sancho hermano, adónde va vuesa merced. ¿Va a buscar algún jumento que se le haya perdido?
Antes de llegar á las Barquillas de Lope se apeó y despidió el coche, encaminándose vivamente hacia la casa de su antigua novia. Pero cuando ya estaba cerca, de uno de los portales próximos salió un hombre y se le puso delante. Buenas noches, señor Pedro. El majo, sorprendido y mirando con fruncido rostro al que se le atravesaba, respondió: Buenas noches, Gabino. ¿Qué se ofrece?
14 Y Caleb echó de allí tres hijos de Anac, a Sesai, Ahimán, y Talmai, hijos de Anac. 15 De aquí subió a los que moraban en Debir; y el nombre de Debir era antes Quiriat-sefer. 17 Y la tomó Otoniel, hijo de Cenaz, hermano de Caleb; y él le dio por mujer a su hija Acsa. Ella entonces se apeó del asno. Y Caleb le dijo: ¿Qué tienes?
Se apeó delante del teatro y despidió el coche, y usando de su privilegio de autor entró sin detenerse en la taquilla. Había comenzado ya el acto segundo. Se acercó a la puerta central de las butacas, la entreabrió y echó una rápida mirada a los palcos. En seguida le vio. Había dos señoras en primer término y él con otro caballero detrás de ellas.
Parrón se apeó muy despacio, descolgó su escopeta de dos cañones, y, apuntando á sus camaradas, dijo: ¡Imbéciles! ¡Infames! ¡No sé cómo no os mato á todos! ¡Pronto! Entregad á este hombre los duros que le habéis robado! Los ladrones sacaron los veinte duros y se los dieron al segador, el cual se arrojó á los pies de aquel personaje que dominaba á los bandoleros y que tan buen corazón tenía...
Para mí, quebrantado e insensible de alma y cuerpo, todo era ya igual y de un mismo color; y hasta del vértigo de los grandes asomos estaba curado con la frecuencia de verlos aquel día; y cuidado que los hubo tan tremendos y de senda tan angosta, retorcida y ladeada, que el mismo Neluco se apeó para pasarlos... tapándose la cara con el sombrero por el lado del abismo.
No por ello nos dieron ellos los esclavos cristianos que tenían en la isla. Desde á tres días vino un moro á caballo, viejo, y llegó á un tiro de arcabuz de nuestras trincheras, donde se apeó y hincó un palo en tierra. Dejó allí una carta y alargóse. Fueron por ella y trajéronla al Duque.
Ya en la capital, Amaury mandó parar el coche en el Arco de la Estrella. Perdone, usted dijo el señor de Avrigny; yo también tengo que hacer esta noche. ¿Tendré el gusto de verle? El padre de Magdalena contestó con un signo afirmativo. El joven se apeó, y el coche siguió rodando en dirección a la calle de Angulema. Acababan de dar las nueve de la noche.
-No hagas tal -respondió don Quijote-, y acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijo que cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos, y los abrió, y se vio tan cerca, a su parecer, del cuerpo de la luna, que la pudiera asir con la mano, y que no osó mirar a la tierra por no desvanecerse.
Las ropas negras de los alguaciles y corchetes despedían, con la humedad, un tufo de orines trasnochados. Doce pobres, con sendas hachas encendidas, esperaban a la puerta de San Juan, y su oración temblaba a la par de las llamas humosas que el viento doblaba y estremecía. Una vez en la plaza, al llegar al pie del cadalso, don Diego se apeó de la mula y subió serenamente las gradas.
Palabra del Dia
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