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En un día en que salieron de caza con D. Fruela, el caballo de Elvira corrió desbocado y fue a perderse en la espesura de un bosque. Plácido la siguió para salvarla, y acertó a llegar cuando el caballo que ella montaba tropezó y cayó, derribándola por el suelo. Elvira, por fortuna, no se hizo el menor daño. Plácido se apeó con ligereza, acudió en su auxilio y la levantó en sus brazos.

Se apeó de nuevo tranquilamente, dirigió unas pocas palabras a uno de los pasajeros, y efectuando con él un cambio de asiento, con tranquilidad sin igual tomó el suyo en el interior, pues don Jacobo no toleraba que su filosofía estorbase la acción pronta y decisiva con que siempre procedía.

A la vuelta se apeó del tranvía frente al Retiro, paseó un rato, y mucho antes de llegar la noche se fue a su casa. Allí se encontró una carta, fechada en la cárcel, que decía: «Mi respetable y amada protectora: Desde hace tres días me hallo en este lugar vergonzoso, tratado como un criminal.

357 Para la cola es pecho y el espinazo es cadera hago mi nido ande quiera y de lo que encuentro como; me echo tierra sobre el lomo y me apeo en cualquier tranquera. 358 Y dejo rodar la bola, que algún día se ha de parar- tiene el gaucho que aguantar hasta que lo trague el hoyo, o hasta que venga algún criollo en esta tierra a mandar.

Entonces nuestro héroe ya manifestó impaciencia, y despidiéndose de sus amigos, se dirigió al galope a la esquina de la calle de Angulema que da a los Campos Elíseos. Detúvose en aquel sitio, consultó el reloj, y viendo que señalaba la una, se apeó, dejó el caballo a cargo del criado, adelantose hacia la casa ante cuya fachada se había detenido tres horas, y llamó a la puerta.

En resolución, él mostraba en su apostura que si estuviera bien vestido, le juzgaran por persona de calidad y bien nacida. Pidió, en entrando, un aposento, y, como le dijeron que en la venta no le había, mostró recebir pesadumbre; y, llegándose a la que en el traje parecía mora, la apeó en sus brazos.

Fué un día en que doña Rebeca, la única hermana de don Manuel, residente en un pueblo próximo, llegó a Luzmela de visita. Atravesaba la niña por el corral con su bella actitud tranquila cuando la dama se apeó de un coche en la portalada.