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Actualizado: 19 de octubre de 2025
Díjele mi nombre, para que me anunciara, y salió dejándome solo en una especie de sala de armas, cuyas paredes estaban cubiertas de atributos de caza y retratos de familia. Aguardé un gran rato, sin ver aparecer a nadie. ¡La carrera de gloria y honores, con que yo había soñado, comenzaba por hacer antesala! Devorábame la impaciencia.
Sin ruido, lentamente, Doña Moncha se aparta de la puerta y se sienta entre los criados a desgranar espigas. Se oye alguna voz apagada, y el alarido del viento y las pisadas que vienen y van. Desgranada una cesta de mazorcas, traen otra. En la antesala vaga ahora una sombra negra, la sombra del capellán. Los pasos no dejan de oírse ni de día ni de noche. DO
Dos monacillos hacían en la antesala, con dos voluntarios facciosos, el servicio que suelen hacer los porteros de estrado en ciertas casas, y un robusto sacristán, que debía ser el portero, de golpe los introdujo.
Ya la tenemos, exclamó. ¿A quién? A la señorita Amparo. ¡Cómo! ¿sabes dónde vive? Está en la antesala. ¡Ah! exclamé saliendo de mi gabinete y atravesando la sala; entre usted, señora, entre usted. Amparo entró.
Al llegar arriba atravesaron una vasta antesala donde gran número de jóvenes se apresuraron a abrirles paso y saludarles con la familiaridad que se usa en los pueblos pequeños. En el salón había ya bastantes damas, todas disfrazadas, aunque la mayor parte de ellas, como Cecilia, sin máscara. Para los sarrienses era aquello una sorpresa.
No; para escribir mi petición en la antesala. ¿Qué tenía usted que pedirle tan importante? Luciana hizo un gesto de irritación y de cansancio. ¿Para qué preguntarme?... Si duda usted de mí, es inútil... ¿Por qué no decir la verdad, si es inocente? Lo es, pero usted no lo creería.
Aquí todo se efectuaba de un modo suave, inocente, espiritual: los pequeños sacudimientos de que hemos hecho mención semejaban el leve rizado de un lago trasparente y hermoso. Era aquella tertulia como una antesala del cielo, donde las relaciones de los ángeles, de los santos y las santas alcanzan el supremo grado de la pureza inmortal.
Los hábitos negros, la discreta media luz que filtraba al través de los cortinajes de los balcones, esfumando los adornos de la antesala en una dulce penumbra, y la calma discreta que reinaba en toda la casa, daban a ésta un ambiente conventual de profunda paz, dulce y atractivo.
Stein se hallaba en una pequeña antesala. Estaba abierta una puerta que daba a una sala contigua. Stein se acercó a ella. Apenas habían echado sus ojos una mirada a lo interior de aquella pieza, cuando quedó inmóvil y como petrificado.
Después de despedirse de doña Inés a las siete de la noche para volver a su casa, Juanita se encontró en la antesala con el señor don Alvaro, el cual vino hacia ella con suma galantería, y le dijo: Ingrata, cruel hechizo de mi vida, ¿por qué eres tan tonta y tan terca? Quiéreme y amánsate. No sabes lo que te pierdes con no quererme.
Palabra del Dia
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