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Actualizado: 13 de junio de 2025
Pequeñín y miserable en apariencia, abatió de un empujón a la buena moza; hizo caer de rodillas aquella soberbia máquina de dura carne, y retrocediendo buscó algo en su faja. Marieta estaba anonadada. Nadie en el camino.
Me era imposible esperar hasta mañana, porque el señor de Maurescamp, naturalmente, no me escribirá... Por eso, le he rogado a Luis, el viejo sirviente del señor de Lerne, que me envíe un despacho, así que todo haya terminado. La señora de Latour-Mesnil, anonadada, no contestó sino por un movimiento indeciso. En ese momento sintieron el timbre del vestíbulo que daba a la habitación del conserje.
¡Conque Rafael!... ¡Ay qué gracia, y cómo está, la niña! ¡Si me llamo Luis!... La muchacha volvió a abatir su cabeza, como si no comprendiese las palabras del señorito. Sentíase cada vez más anonadada por el vino y el movimiento.
Ni Fortunata lo entendía tampoco, por lo cual estaba verdaderamente anonadada. Faltábale poco para echarse a llorar. «Vamos, vamos dijo el coronel sacudiendo toda aquella argumentación capciosa, como se sacuden las moscas ; hablemos claro y seamos prácticos sin miedo a la situación verdadera.
¿Quién es esa mujer? le preguntó María, cuando volvió a su puesto. Es una hermana de la caridad respondió la niña. María quedó anonadada.
Beba sin miedo... No hay disgusto que resista á esta medicina. El cocinero le ofreció un vaso; y ella, anonadada, bebió y bebió, contrayendo su rostro por la intensidad alcohólica del líquido. Seguía llorando, al mismo tiempo que su boca paladeaba una espesa dulzura. Sus lágrimas fueron cayendo en el brebaje que se deslizaba entre sus labios.
Berbel estaba anonadada, inmovilizada por el terror; mas las últimas nubes no tardaron en huir de la caverna, desvaneciéndose en el azul infinito. Entonces Yégof penetró bruscamente en la cueva y se sentó cerca del manantial, con la cabeza entre las manos, los codos en las rodillas y contemplando con mirada huraña cómo hervía el agua.
El ruiseñor cantaba en el sauce melancólicamente, como saludando una ilusión que se aleja. Mira, mi vida dijo Leonora. El pobrecito nos despide. Oye como nos dice adiós. Y súbitamente, en su fatigado desaliento, anonadada y muelle por la noche de amor, sintió la llama del arte, estremeciéndola de pies a cabeza.
Palabra del Dia
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