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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Raquel, anonadada, palpando en la actitud de Adriana algo inquebrantable, ya no respondió una palabra. Sin embargo, no dejó de espiarla, para encontrar acaso la oportunidad de una última tentativa. Sorprendió en ella indicios de pánico. Más de una vez pudo observarla que se arrodillaba, creyéndose sola, y que oprimiendo contra el pecho un crucifijo, parecía pedir una inspiración al cielo.

Todo me parece artificial y contrahecho, las figuras, las fisonomías, las actitudes, las conversaciones, los sentimientos... Parece que, aquí, todo el mundo desconfía de la Naturaleza y trabaja para alejarse de ella; y todos viven con tal soltura en estas sutiles complicaciones, que estoy al verlos estupefacta, sin aliento y anonadada. Me cuesta trabajo comprender y no soy comprendida.

Y como el sacerdote permanece confundido ante el sacrificio de la iglesia devastada y del tabernáculo violado, Liette se quedó anonadada viendo a su ídolo, a su dios, arrancado brutalmente del altar que ella le había levantado en su corazón.

¡Ah, señor! ¡Ah, señor!... exclamaba la mujer, juntando las manos, el flaco rostro surcado por ardientes lágrimas. ¡Quiero verla!... ¡Verla una vez más!... ¡Mi patrona... mi buena patrona! ¡Ah, señor, verla!... Era Julia, que en ese momento volvía de la ciudad. Bajita y delgada, algo entrada en años, parecía anonadada por la angustia.

Oculta en la sombra, ofrecíalas como una tácita apología de sus acciones. Aquella figura de expresión enigmática y silenciosa, hablaba aún en favor de ella; anonadada y herida por el rayo divino, extendía aún en torno de ella su invisible brazo.

Sábelo Margarita, y se dirige á la iglesia del mismo convento para hablar con él; pero allí hace en ella tal impresión el discurso de un sacerdote, que, arrepentida de sus faltas y comprendiendo la enormidad de ellas, cae en tierra anonadada, se despoja de sus galas y vestidos, y con sus gestos y ademanes hace creer al pueblo que ha perdido la razón.

La concebiría como sospecha, como inspiración artístico-flatulenta, y el otro se dijo: «Pues toma, aquí hay un negocio». Lo que es a Platón no se le ocurre; de eso estoy seguro. Jacinta, anonadada, quería defender su tema a todo trance. «Juanín es tu hijo, no me lo niegues» replicó llorando.

Dos meses antes, no hubiera podido estarse quieta media hora; los jardines la convidaban a correr. Ahora, por el contrario, la incitaban a dejarse estar así, inmóvil, y anonadada, como el güebro ante el sol. Una tarde, Pilar, al volver de su club, la halló como nunca pensativa. Tonta le dijo ¿en qué cavilas? Si vinieses al Casino, te divertirías mucho.

A su lado, el monseñor, con sotana de seda y gesto compungido, movía los labios por la salvación de la difunta. «¡Hijo mío! Todos tenemos nuestras penas.» Y la pobre señora, al hablar así, miró á otra enlutada elegante que se mantenía en el cementerio á cierta distancia de ella, y parecía anonadada por una ceremonia que la había obligado á salir del lecho antes de mediodía.

Permaneció la joven por algunos momentos agobiada y como anonadada sobré el tapiz, el cabello en desorden, la mirada fija y seca, agitando una mano por intervalos, con un movimiento de extravío. Fue sacada de aquel abatimiento por algunos ligeros golpes dados a la puerta de su salón. Levantose inmediatamente.

Palabra del Dia

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