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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Para hablar contra el tigre del Maestrazgo, poner a don Luis Fernández de Córdova por cima de Zumalacárregui y por las nubes a Espartero, se le animaban los ojos, su lengua cobraba fuerza, sus palabras color, y hacía prodigios con la memoria.
Los marineros, después de atravesar el caserío de Monte-Carlo entre estandartes y aclamaciones, entraban en pleno campo, perdiéndose sus gritos sin eco alguno. Por esto su atención se concentró en aquella terraza florida y en el hombre asomado á ella. Fué como una revista: los vagones, uno por uno, se animaban al pasar ante el príncipe.
»Carlos estaba cada día más contento, más satisfecho, más decidor; su gracia y su ingenio animaban todas nuestras reuniones, y cuando nos encontraba juntas a las dos personas a quien su solicitud y cuidado había salvado, su rostro tomaba una expresión de alegría y de contento difícil de explicar.
Las vacas, mientras tanto, se animaban unas a otras. El pasó ayer. Pasa el alambre de púa. Nosotras después. Ayer no pasaron. Las vacas dicen sí, y no pasan, oyeron al alazán. ¡Aquí hay púa, y Barigüí pasa! ¡Allí viene! Costeando por adentro el monte del fondo, a doscientos metros aún, el toro avanzaba hacia el avenal.
Semejante a una pálida azalea cruzada por rayas rojas, el frío rostro de la infeliz, manchado parcialmente de sangre, tenía el color de la cera, pero nada en él revelaba las contracciones de la agonía: por el contrario, una serena confianza y algo como una sonrisa todavía viviente le animaban; Levemente apartados los violáceos labios, detrás de los cuales asomaba apenas la perlada línea de los dientes; abiertos los párpados, las pupilas vueltas hacia el cielo, la muerta parecía estar en éxtasis, como si aún no hubiese abandonado la existencia del todo, deseosa de poder atestiguar que fuera de la vida humana, en el silencio y en la sombra, había por fin hallado el bienestar y la alegría.
Si quieren ir que vayan; pero ya saben a qué atenerse. Fué imposible hacerle variar de resolución. Don Mateo rogó primero, se enfureció después, y con el derecho que le daban sus años y las nobles intenciones que siempre le animaban, y de las cuales nadie dudaba en la villa, dijo cuatro frescas a Maza y a los dos concejales que allí estaban presentes. Ni el bilioso alcalde ni éstos se enojaron.
Salió al claustro, y puesto de codos en la barandilla contempló el jardín. Las Claverías parecían desiertas. Los niños que las animaban al comenzar el día estaban en la escuela; las mujeres, dentro de sus casas, preparaban la comida. En todo el claustro no había otra persona que él.
Buscó con la mano en su pecho, sacó una caja de oro y la abrió. Miró durante algún tiempo con expresión de espanto el retrato que encerraba. En la disposición de espíritu en que Marta se encontraba, le pareció que los ojos del soldado se animaban y la miraban con airado reproche.
Con la audacia que infunden las circunstancias extraordinarias, se lanzaba á pie á través de París, yendo á la Magdalena, á Nuestra Señora ó al lejano Sagrado Corazón, sobre la cumbre de Montmartre. Las fiestas religiosas se animaban con el apasionamiento de las asambleas populares. Los predicadores eran tribunos. El entusiasmo patriótico cortaba á veces con aplausos los sermones.
Algunos marchaban á su encuentro en línea recta, como si no le viesen, y tenía que apartarse para no ser volteado por este avance mecánico y rígido. Al fin se refugió en el pabellón del conserje. La mujer le veía con asombro, caído en un asiento de su cocina, desalentado, la mirada en el suelo, súbitamente envejecido al perder las energías que animaban su robusta ancianidad.
Palabra del Dia
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