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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Tomándolo por motivo, la hablé, primero para tranquilizarla, después para indagar, para descubrir la casta siquiera de aquellos misterios que en trance tan angustioso la ponían.

Hubo un momento en que creyó que un alfiler olvidado sobre su pecho se le metía carne adentro. «El rey de las praderas» quedaba visible únicamente de busto, con una cabeza enorme, y anonadado por lo angustioso de su situación, bajaba la mirada. Luego iba elevando sus ojos, para fijarlos directamente en el público con una expresión de dolor pueril.

§ III. Efectos terapéuticos. Bosquejemos ahora las enfermedades que son del dominio del oro. Este medicamento es el que mejor responde á la melancolía con disgusto de la vida y con tendencia al suicidio angustioso.

Obstáculos terribles que yo no puedo ni podré nunca vencer se oponen á que yo manifieste nunca otra cosa. Separémonos para siempre; otra cosa es imposible, imposible, imposible.... Dijo esto con mucha energía, y se disponía á marcharse. La devota hizo un gesto angustioso, cual si quisiera hablar. Parecía que después de lo que dijo había quedado muda.

Juan le hizo muchas caricias, besos por aquí y allí, en el cuello y en las manos, en las orejas y en la coronilla; besos en un codo y en la barba, acompañados del lenguaje más finamente tierno que se podría imaginar. «No aguanto más, no puedo aguantar más» era lo único que ella decía con angustioso hipo, mojándole a él la cara y las manos con tanta y tanta lágrima. No podía tener consuelo.

Pero antes de que el miserable pudiera beber, el anciano, pálido de rabia, precipitose sobre el intruso, y asiéndolo con sus poderosos brazos y arrastrándolo a través del grupo de asustados comensales que los rodeaban, alcanzó la puerta abierta de par en par por los criados, cuando Carlos Tomás exclamó, con un grito angustioso: ¡Deténgase! Parose el anciano.

Sonó después dentro del coche un ¡Berr! formidable, vehemente y angustioso, como el del que se arroja a un estanque de agua helada, y apareció al fin, uniendo aquellas extremidades, un magnífico abrigo de pieles de marta que envolvía al marqués de Villamelón, vestido de gran uniforme. Hubo un momento de pausa, en que Fernandito daba pataditas en el suelo, diciendo con gran impaciencia: ¡Vamos!...

Además, la duda le hizo temblar interiormente. ¿Sabría valerse de esta arma primitiva?... Recordaba las risas de Flor de Río Negro comentando su torpeza; pero al evocar igualmente los alegres paseos con ella y verla ahora en tan angustioso peligro, sintió renacer su dura voluntad.

Transcurrió más de una hora sin que el silencio de la alcoba se interrumpiera con otro ruido que el estertor angustioso y continuo del enfermo. Doña Manuela levantábase para pasar una mano por la frente sudorosa del enfermo, cada vez más fría, y volvía a ocupar su asiento, mirando a lo alto con una expresión desesperada.

Ya no dudaba: su determinación era fija, y en aquel angustioso trance, la casa del fanático, en cuya puerta había de dejar sus creencias, sus sentimientos, le pareció un refugio de paz. Después de todo, los pocos días pasados en Madrid habían sido continuado martirio, y la idea de la apostasía que en casa del realista se le obligaba á hacer, no le molestaba tanto.

Palabra del Dia

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