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Actualizado: 10 de junio de 2025


La socialización de la propiedad se hará en toda España antes que en Galicia, donde no falta quien ya la considere hecha. En Galicia la tierra es de todos; pero tan pronto como un gallego traspone su propio ferrado de secano o de regadío, cada paso que da le cuesta un pleito. Los andaluces tienen una fama de generosos contraria a la de los gallegos, y es muy posible que esta fama esté justificada.

Los Arabes andaluces, sin embargo, siguiendo de rutina la práctica establecida en Damasco y Bagdad, edificaron sus mezquitas con la Quibla ó lado del santuario vuelto al mediodia, de modo que en rigor su santuario no miraba á la Meka, aunque asi lo suponian. Mahoma en el Koran llama á la Meka Quibla del mundo.

Eran de tejido de algodón, traído de Gibraltar, de contrabando; el dibujo, el que entonces estaba de moda, y se llamaba Arco Iris, por ser una reunión de los colores más opuestos y menos capaces de armonizar entre . No parecía sino que el fabricante había querido burlarse de sus consumidores andaluces.

La hache... Y mientras una revolución no destruya esa letra aristocrática, yo, como el Sr. Vázquez Mella, no podré creer que la democracia inglesa es una cosa perfecta. En España, país de los viceversas, son sólo algunos pobres campesinos andaluces quienes pronuncian la hache.

Pronto los catalanes, gallegos y vizcaínos que residían en el mineral entraron en disensiones con los andaluces, castellanos y criollos favorecidos por los Salcedo. Se dieron batallas sangrientas con variado éxito, hasta que el virrey don Diego de Benavides, conde de Santisteban, encomendó al obispo de Arequipa, fray Juan de Almoguera, la pacificación del mineral.

¡Qué desgraciado será el Abelardo de esa Eloísa! dijo Rafael al verla salir. María, además de su hermosa voz y de su excelente método, tenía, como hija del pueblo, la ciencia infusa de los cantos andaluces, y aquella gracia que no puede comprender y de que no puede gozar un extranjero, sino después de una larga residencia en España y sólo identificándose, por decirlo así, con la índole nacional.

Pero hacia los días 25, 26 y 27 se esparce por la capital un rumor misterioso que conmueve de alegría a los españoles y llena de terror a los franceses: corre la voz de que los paisanos andaluces y algunas tropas de línea han derrotado a Dupont, obligándole a capitular.

Pero los españoles vascongados y andaluces estuvimos bebiendo y cantando hasta muy entrada la noche. Atravesado el estrecho de la Sonda, nos quedaba poca distancia. Tardamos en toda la travesía cinco meses, y, como el viaje en este tiempo era para don Ciriaco un éxito, entramos en la bahía de Manila disparando cohetes.

Observé siempre que Gloria estaba más dispuesta a bailar que a cantar. Punteó y rasgueó la guitarra un momento y de improviso lanzó el grito prolongado, vibrante, apasionado, con que comienzan los cantos andaluces. El aire dormido se estremeció, y sobre sus alas invisibles arrastró aquel grito a través de la campiña desierta.

Las muchachas, los brazos en alto, golpeaban el mármol con sus menudos pies, arremolinándose las faldas y el pañolón en torno de su cuerpo gentil, movido por el ritmo de las «sevillanas». Destapábanse a docenas las botellas de ricos vinos andaluces; circulaban de mano en mano las cañas de ardiente Jerez, de bravío Montilla y de manzanilla de Sanlúcar, pálida y perfumada.

Palabra del Dia

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