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Actualizado: 15 de junio de 2025
Ese cuadro que miro y que venero, ese cuadro imponente y terrible, esa elocuencia fervorosa, esa poesía adorable, esa pintura inmóvil y solemne, esa íntima voz del alma que hace latir mi pecho, es un entierro, una limosna, una caridad, unas exequias. El pintor llora sobre aquel rostro mústio, sobre aquella carne amoratada, sobre aquel corazon helado.
Ven acá, Reina gritó ella, con la faz amoratada por la ira y la desordenada carrera que había tenido que dar en pos de los conejos. Yo le hice un gran saludo, y le dije, dirigiendo un gesto de inteligencia a mi aliado. Os dejo con el cura. Felizmente la ventana estaba abierta.
De madera rojiza amoratada, textura sólida, fibras comprimidas y poros poco visibles; tiene un olor particular que recuerda al del cuero curtido; muy difícil de labrar, es muy abundante. Árbol de gran magnitud. Damal. Madera sumamente blanda, aunque resiste; se emplea para tornear. Ebano. Guijo. De primera magnitud, muy abundante, de madera rojiza.
Tiene la boca amoratada, los ojos profundamente hundidos, y la mirada enloquecida de ansia. Es todo cuanto queda de un cocainómano. ¡Cocaína! ¡Por favor, un poco de cocaína! El sepulturero, sereno, sabe bien que él mismo llegaría a disolver con la saliva el vidrio de su frasco, para alcanzar el cloroformo prohibido. Es, pues, su deber ayudar al hombrecillo tiritante.
Penetramos en la primer sala de las pinturas de Vernet. El cuadro en que me fijo representa á un combatiente moribundo. Está pálido, horriblemente pálido; tiene el labio inferior caido, dejando ver una encía amoratada, y cualquiera diria que sus párpados van á cubrir unos ojos turbios. Un amigo lo asiste de rodillas, llevándose una mano á la frente, en señal de desesperacion.
La cabeza del Príncipe, amoratada y descompuesta, se hallaba presa entre dos barrotes, y los ojos, saltándosele de las órbitas, parecían mirar con terror el tablero, en el cual Ghiberti había cincelado magistralmente la degollación de Hugo de Portinaris por el despiadado Orlando Testaferrata.
Vaya, vaya, no me metas los dedos por los ojos, Julián.... A no ser que en esos setenta y cinco mil duros estén incluidos los gastos de la casa que estás fabricando en el Horno de la Mata. Pues naturalmente. Al duque le acometió al oir esto tal golpe de risa, que por poco se ahoga. Cayósele el cigarro. La faz, ordinariamente amoratada, se puso ahora que daba miedo.
Después, sentándola sobre sus rodillas, le dijo: Mira, Luisa; hace ahora doce años que te encontré un día en medio de la nieve; ¡estabas completamente amoratada, pobre niña! Y cuando estuvimos en la barraca, cerca de un gran fuego, y poco a poco fuiste volviendo, lo primero que hiciste fue sonreírme. Desde entonces no he tenido otra voluntad que la tuya.
Palabra del Dia
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