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Convencidos aquellos bárbaros de las razones, y movidos de las súplicas del Apostólico Padre, prometieron hacer las amistades con las tierras confinantes y luego con las más remotas. Habiéndose detenido para esto allí dos días, pasó adelante acompañado de algunos paisanos.

Toledo prefería las tranquilas amistades con los antiguos compañeros de armas de su general: graves personajes que le hablaban de futuras guerras y de la política del mundo. Además, las larguezas de su príncipe le permitían diversiones secretas menos ruidosas y dulcemente modestas. Una noche, al volver al palacio Lubimoff pasadas las dos, vió que había una cena en el gran comedor de gala.

La sobrina del doctor empezó a nombrar a aquellas de sus antiguas amistades que no habían cesado de visitar la casa de la calle de Angulema, citando por último a Felipe Auvray. El enfermo recapacitó. ¿Ese Felipe Auvray no es amigo de Amaury? , señor. ¿Uno muy elegante? ¡Oh! no, tío. Pero joven y de gran posición, ¿no es eso? . ¿Noble? No. ¿Te ama? Lo sospecho. ¿Y a él? Ni un comino.

¡Adiós amistades recientes, respetos nacidos junto al ataúd de un pobre niño! Toda la consideración creada por la desgracia veníase abajo como torre de naipes, desvanecíase como tenue nube, reapareciendo de golpe el antiguo odio, la solidaridad de toda la huerta, que al combatir al intruso defendía su propia existencia. ¡Y en qué momento resurgía esta animosidad!

Pero Juan, joven rico y de padres y amistades que no hacían suponer que buscase esposa en aquella casa desamparada y humilde, comprendió que no debía ser visita de ella, donde ya eran alegría de los ojos y del corazón, más por lo honestas que por lo lindas, las dos niñas mayores, y muy distraído el pensamiento en cosas de la mayor alteza, y muy fino y generoso, y muy sujeto ya por el agradecimiento del amor que le mostraba a su prima Lucía, ni visitaba frecuentemente la casa de doña Andrea, ni hacía alarde de no visitarla, como que le llevó su propio médico cuando la enfermedad de Leonor, y volvió cuando la venta de los libros, y cuando sabía alguna aflicción de la señora, que con su influjo, el no con su dinero que solía escasearle, podía tener remedio.

Miraba en torno de ella, y nada, ni un mal rayo de esperanza amortiguaba su desesperación. Necesitaba dinero para reponer esta pérdida, que tanto podía influir en el prestigio de la familia, y para satisfacer ciertos compromisos que, como de costumbre, la agobiaban con gran urgencia; pero a pesar de ser tan numerosas las amistades, no encontraba, repasando su memoria, un solo nombre.

El drama heróico Cautelas son amistades, es defectuoso por el argumento alambicado que constituye su acción; los disfraces, las equivocaciones y las asechanzas y tretas de unos personajes con otros se acumulan de tal modo, que es ímprobo trabajo seguir el hilo de la intriga en este enredo obscuro.

Las demás advertencias, ya lo he dicho, como en Madrid: pocas retóricas, buena moral, escogidas amistades, «el Dios de los pobres» y un buen equilibrio entre la salud del cuerpo y la del alma. Otra variante que se me olvidaba: no fue tan penosa la despedida de la madre en Francia como lo había sido en Madrid, después de encerrar a su hija.

Hablábamos de negocios dijo Isidro con repentina gravedad y una expresión de misterio , de un gran negocio que llevamos entre manos. ¡Quién sabe si antes de un año seré rico, muy rico, más que usted, que quiere ir al desierto a roturar la tierra!... Las amistades sirven de mucho, y yo las tengo buenas. La mirada interrogante y asombrada de Ojeda le invitó a continuar en sus confidencias.

El señor mi amo le perdonó, y fueron hechas las amistades entre ellos; y a tomar la bula hubo tanta priesa, que casi ánima viviente en el lugar no quedó sin ella: marido y mujer, e hijos e hijas, mozos y mozas.