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De diez años andaba Metastasio improvisando por las calles de Roma; y Goldoni, que era muy revoltoso, compuso a los ocho su primera comedia. Muchas veces se escapó Goldoni de la escuela para irse detrás de los cómicos ambulantes.

El joven de Pleyel no se cansaba de oir la nueva lengua en que se expresaban los vendedores de los puestos ambulantes y los grupos de gentes del pueblo. ¿Pero has oído en tu vida cosa semejante? preguntaba á su compañero. Lo raro es que no se les haya ocurrido aprender el inglés y hablar como Dios manda, ahora que su tierra pertenece á la corona de Inglaterra.

Es, sin embargo, más verosímil que los cantores ambulantes se esforzaban solos en impresionar á su auditorio con sus narraciones, acompañándolas con animados gestos, y variando el tono y las modulaciones de la voz cuando llegaban los diálogos.

Si en general los saltimbancos innumerables de las calles no inspiran sino desprecio por su desvergüenza en escamotar, y si los mil y mil vagamundos de órgano berberisco llevan su impertinencia hasta hacer desesperar, hay entre las muchas clases de artistas y pobres ambulantes una que suele inspirar simpatías al viajero: es la de los músicos.

Los cabellos se me erizaban, la carne me temblaba, sentia la sangre helada y la respiracion difícil, y algo como un sudor frio, como un vértigo de horror, me hizo, despues de dos horas de exámen la primera vez, decirle al amigo bondadoso que me guiaba: «¡Salgamos, salgamos de aquí, porque en esta cloaca se siente la tentacion de blasfemar, se pierde la esperanza, la vida se esconde bajo el fango y se adquiere una idea de la degradacion humana que abruma y trastorna la razón....» Muchas de aquellas callejuelas se hallaban, aún á medio dia, en una oscuridad casi completa, producida por la estrechez de las casas y la elevacion de los muros; y muchos de los patios, los vericuetos y las encrucijadas de aquel cementerio de cadáveres ambulantes, tenian el frio, la fetidez y todo el aspecto de una fosa de cien cuerpos removida por los cerdos.... Donde quiera la oscuridad, cien agujeros sombríos, la humedad glacial, el fango pútrido, los muros negros y medrosos, los depósitos de inmundicias, los harapos enmohecidos por la mugre flotando delante de las troneras irregulares habilitadas con el carácter de puertas y ventanas.... Y al pié de cada uno de esos edificios cubiertos de ollín y de lama húmeda, una tumba subterránea!

El pescado es raro, el baño desconocido, por los feroces caimanes; la vida, en una palabra, imposible de comprender para un europeo. Los pocos blancos que he observado en la costa, tienen un color lívido, terroso y parecen espectros ambulantes. Las fiebres los han consumido.

Una mañana en que había llegado a la comisaría, y me disponía a salir con el tercio en que formaba, para ir a hacer mi monótono servicio de bocacalle, allí frente al almacén de doña Petrona, en la esquina de Luján 25 y Defensa donde puede decirse que no tenía más misión que proteger los intereses de los comerciantes ambulantes contra las travesuras de los estudiantes de medicina y de derecho que, avecindados en aquel barrio, lo constituían casi en una mitad que el oficial escribiente gritaba en medio del patio desmantelado, donde los ebrios recogidos en la noche anterior comenzaban a desperezarse, acostados en los rincones, teniendo por almohada las baldosas: ¡Agente Carrizo!..., ¡vaya al despacho del comisario!

Esto de abofetear á los que le parecía, era procedimiento que usaba con frecuencia el famoso escribano del crimen, y así, en cierta ocasión la emprendió á bofetones con un sastre en su mismo despacho; en otra con un sillero de calle Colcheros, y con los vendedores ambulantes de la Costanilla y el Salvador lo hacía con frecuencia, llegando en sus valentías á hechos como éste, que da gráfica idea de lo que era el mozo, y que para él no existía el respeto y consideración al sexo débil.

Los cestones de los vendedores ambulantes ocupaban el arroyo; las tiendas se apoderaban con sus puestos exteriores de las estrechas aceras. Al llegar a la plazuela del Rastro, la joven descansó un instante apoyada en la verja del monumento al soldado de Cascorro.

Las tres damas estaban con los moños al aire, hablando a un tiempo en alta voz, con ese desparpajo y esa independencia de modales que caracterizan a los vendedores ambulantes que viven siempre al aire libre, y tienen la voz hecha a la gritería de los pregones. Segunda Izquierdo era una mujer corpulenta y con la cara arrebatada, el pelo entrecano.