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Mesía gozaba del arte supremo de entrar en carboneras, cocinas y hasta molinos, sin coger tiznes, grasa, ni harina. Estaba en la cocina del Marqués como en el salón amarillo, a sus anchas y sin tropezar con nada. Allí mismo había repartido él besos en muy distintas y apartadas épocas. No había tal vez un rincón de aquella casa libre de semejantes recuerdos para don Álvaro.

En el caldero que era grandísimo, ventrudo y negro, hervía un mediano mar amarillo con burbujas que parecían gotas de ámbar bailando sobre una superficie de oro. Del líquido hirviente salía un chillón murmullo, como el reír de una vieja, y del hogar o rescoldo, profundo son como el resuello de un demonio.

Echábanles sobre los lomos la gran silla moruna de alto arzón y asiento amarillo, con estribos vaqueros, y había bestia que al recibir este peso estaba próxima a doblar las patas. Potaje mostrábase altanero en sus discusiones con el contratista de caballos, hablando en nombre propio y en el de los camaradas, haciendo reír hasta a los «monos sabios» con sus gitanescas maldiciones.

El de Soledad era negro bordado en rojo, el de Paca amarillo con flores negras, el de María-Manuela rojo y blanco, el de la madrina blanco y verde. Las calles hervían de gente cuando la comitiva se puso en marcha atravesando al medio la ciudad por mayor gala.

Sale una muger armada, con un escudo en el brazo izquierdo, y una lancilla en la mano, que significa la GUERRA, trae consigo á la ENFERMEDAD, arrimada á una muleta, y rodeada de paños la cabeza, con una mascara amarilla, y la HAMBRE saldrá vestida con una ropa de bocací amarillo, y una mascara amarilla ó descolorida: pueden estas figuras hacellas hombres, pues llevan mascaras.

Este dinero omnipotente aún no contaba un siglo de existencia. Su vida no iba más allá de la de un hombre octogenario. Cierto era que había existido siempre; pero antes del avatar victorioso que le hizo señor del mundo, su vida se arrastraba vergonzosa entre desprecios y vilezas. Pluto era un dios sombrío y cobarde, amarillo y macilento como el oro enterrado.

Amo la vida, porque temo la muerte. Amo el Arte, porque es la expresión más íntima y completa de la vida. Pongo el Arte sobre la Naturaleza, porque la Naturaleza, no sabiendo que de continuo se está muriendo, es una realidad inexpresiva y muerta. El árbol amarillo de otoño ignora que se muere; yo soy quien lo sabe, cuando en un cuadro perpetúo su agonía.

Las doce serían, cuando una gran turba de chicos desembocando por las calles de Pedro Conde y de la Manzana, anunció que algo muy extraordinario y divertido se aproximaba; y con efecto, tras el infantil escuadrón, que de mil diversos modos y con variedad de chillidos manifestaba su regocijo, vierais allí aparecer una falange de cien a caballo vestidos todos con el mismo traje amarillo y rojo que yo había visto en las secas carnes del gran D. Pedro.

Ramiro la había descifrado días antes, con el auxilio de un padre dominico. Veíase, hacia la izquierda, a María Padilla, la favorita de don Pedro, sentada en fabuloso jardín, amarillo y azul. Un pavo real abría su fastuosa pantalla junto a un estanque.

Yo no haré sino lo que sea conveniente, aunque tenga que ponerme un vestido amarillo color canario, y preferiría que fuerais vos la que eligierais y me dejarais llevar lo que os place. ¡Ya estáis otra vez con el mismo tema! No cambiaríais de tono aunque hablarais la semana entera.