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Actualizado: 2 de julio de 2025


Sobre la verja se inclinaba añoso olivo, donde nidaban mil gorriones alborotadores, que a veces azotaban y sacudían el ramaje con su voleteo apresurado; y hacíale frente una enorme mata de hortensia, mustia y doblegada por las lluvias de la estación, graciosamente enfermiza, con sus mazorcas de desmayadas flores azules y amarillentas.

Una sombra verdosa enfriaba este camino, á la vista del luminoso mar, de las montañas amarillentas, que iban tomando un color rojizo bajo el sol de la tarde. Lubimoff explicó á su compañera las singularidades del promontorio que sirve de asiento al viejo Mónaco.

Las mujeres le enseñaban sus criaturas amarillentas, con los ojos velados por el hambre y una respiración apenas perceptible. «Pan... pan», imploraban, como si él pudiese hacer un milagro. Entregó á una madre la moneda que tenía entre los dedos. Luego dió otras piezas de oro.

Rosita, ve por lo otro. Rosita, sube sobre este banco y alcánzame aquellos zapatos. Rosita, átame esta cinta. Rosita, pégame el botón de la camisa.» Y cuando iba y cuando venía y cuando subía y cuando bajaba, las manos amarillentas y velludas de D. Jaime la pellizcaban, la sobaban, la mimaban y la estrujaban.

Tarea inútil: los proyectiles levantaban esquirlas de su coraza, pero el enorme lagarto apenas se movía, como si todos estos balazos fuesen para él leves cosquilleos. Si los cazadores se aproximaban, finalmente, en una barca, se dejaba ir perezosamente al fondo del río, levantando una corona de espumas amarillentas. Morales había nadado de pequeño entre los yacarés, sin gran emoción.

La corriente del rio Grande me ha presentado aluviones hasta la confluencia del rio Piray; pero muy luego hame ofrecido este por todas partes arcillas cenagosas, ó levemente pegajosas, amarillentas ó rojizas, las cuales componen todo el álbeo del rio y sus ribazos.

La reventazón rompía con tal furor en las rocas del fuerte de San Cristóbal, que salpicaba de copos de blanca espuma las hojas secas y amarillentas de las higueras, árbol del estío, que no se place sino a los rayos de un sol ardiente, y cuyas hojas, a pesar de su tosco exterior, no resisten al primer golpe frío que las hiere.

Era algo de irresistible novedad para este ruedamundo que sólo había conocido cobrizas de carcajada bestial, asiáticas amarillentas de gestos felinos ó europeas de los grandes puertos, que á las primeras palabras piden de beber y cantan sobre las rodillas del invitante, poniéndose su gorra como testimonio de amor. Cinta este era su nombre parecía conocerle toda su vida.

Al despuntar la aurora del siguiente día Sola se levantó, y abriendo de par en par la ventana de su cuarto, que daba al campo, y a cuyo alféizar subían las ramas más altas de los almendros, aspiró el aire balsámico de la mañana y miró los senderos, el suelo, la torre de la catedral insigne, que a lo lejos y en medio del verdor oscuro del paisaje lucía como un ciprés de piedra, dejó correr luego sus miradas por el suelo adelante hasta el horizonte, término de amarillentas lomas y de azulados pedregales; fue con su espíritu más allá del horizonte mismo; volvió con tristeza.

Se adivinaba su trabajo por las pequeñas nubes amarillentas que flotaban en el aire, por las columnas de humo que surgían en varios puntos del paisaje, allí donde había ocultas tropas alemanas formando una línea que se perdía en el infinito. Una atmósfera de protección y respeto parecía envolver al castillo.

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