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Actualizado: 5 de junio de 2025


Las estanterías entreabiertas dejaban asomar legajos y protocolos en abundancia; por el suelo, en las dos sillas de baqueta, encima de la mesa, en el alféizar mismo de la enrejada ventana, había más papeles, más legajos, amarillentos, vetustos, carcomidos, arrugados y rotos; tanta papelería exhalaba un olor a humedad, a rancio, que cosquilleaba en la garganta desagradablemente.

Salté sobre una silla, trepé al alféizar y me deslicé hacia el jardín, con gran pasmo de mi tía, que se había plantado en la puerta para cortarme la retirada. Declaro que fingí escaparme, pero que en realidad me quedé escondida detrás de un laurel y que caí en un acceso de júbilo sin igual, oyendo los reproches del cura y las furibundas exclamaciones de mi tía.

Había que buscar otra salida, y sus ojos fueron a la ventana, abriéndola luego para asomarse a ella. Con una agilidad simiesca, riendo de su descubrimiento, saltó sobre el alféizar y empezó a descender por el muro, buscando con pies y manos las desigualdades de la mampostería, los alvéolos profundos como peldaños que habían dejado los pedruscos al rodar desprendidos de la argamasa.

Se inclina sobre el alféizar y silba un aria hundiendo sus miradas en la sombra. Debajo de él, el manzano en plena florescencia balancea la masa blanca de sus flores. ¡Cuántas veces, siendo niño, ha trepado por sus ramas! ¡Cuántas veces, cansado de jugar, se ha apoyado en el tronco, perdido en un sueño, mientras las hojas le susurraban lindas historias!

Febrer se sintió contagiado por la bárbara alegría del muchacho. ¡Si él probase a bajar por la ventana!... Echó las piernas fuera del alféizar, y lentamente, entorpecido por su madura corpulencia, fue tanteando las desigualdades de la muralla con las puntas de los pies hasta encontrar los agujeros que servían de peldaños. Descendió poco a poco, rodando bajo sus plantas algunas piedras sueltas, hasta que al fin puso los pies en tierra con un suspiro de satisfacción. ¡Muy bien! El descenso era fácil; después de unos cuantos ensayos bajaría con tanta facilidad como el Capellanet.

La vieja, y el bufón, hablando quedo y suspirantes, bajan a franquear la puerta al marinero. En la antesala el viento se retuerce ululante y soturno. Las vidrieras, tan pronto se cierran estrelladas sobre el alféizar, como se abren de golpe, trágicas y violentas. El marinero llega acompañado de los criados y se detiene en la puerta, sin aventurarse a dar un paso por la estancia oscura.

Me puse de codos en el alféizar, y allí pasé la noche, solo con mi dicha y mis recuerdos. El constelado firmamento hacía gala de sus pálidos fuegos, la tierra dormía silenciosa, y de cuando en cuando se oía a lo lejos el ladrido de un perro o el canto de un gallo.

Era más grande que el suyo; el techo más alto, y sobre todo, en vez del tragaluz redondo, tenía ventana, una verdadera ventana como las de las construcciones terrestres. Saltó sobre el diván para sentarse en el alféizar de ella, sacando parte de su cuerpo fuera del buque.

Estaba el oficinista leyendo una novela junto á su ventana, y al ver á Canterac se acodó en el alféizar para hablarle de los trabajos realizados. Hay cerca de doscientos hombres y cuarenta carretas que ganan plata en lo del parque. El ingeniero, siempre á caballo, escuchó las explicaciones que le fué dando Moreno desde su ventana. Le he quitado estos hombres á Pirovani ofreciéndoles doble jornal.

Palabra del Dia

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