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Actualizado: 11 de junio de 2025


¡Maldígate Dios, racimo de horca! dijo el sargento mayor á Aldaba ; hace una hora que me tienes esperando. Vuesa merced sabe que hay cosas que no se hacen por el aire; después que vi á vuesa merced y me dió el recado, he tenido que comprar el pañuelo. Por cierto que he tenido que poner algunos maravedises. No hay que hablar de ello. ¿Y le has hallado como convenía?

Cuéntase que habiéndose negado su padre a darle una suma de dinero que le pedía, acechó el momento en que padre y madre durmieran la siesta, para poner aldaba a la pieza donde estaban, y prender fuego el techo de paja con que están cubiertas por lo general las habitaciones de los Llanos .

Delante de la puerta, Teresa volvió a hacerme jurar que no pensaba nada malo de ella, y que al día siguiente a las dos en punto de la tarde, me presentaría debajo de sus balcones. Cuidado que no faltes. No faltaré, preciosa. ¿A las dos en punto? A las dos en punto. Llama ahora con un golpe a la puerta. Cogí la aldaba y di un golpe fuerte. Al poco rato se oyeron los pasos del portero.

Conque, vámonos, hijo, y te enseñaré mi casa, que tengo mucho que hacer. El sargento mayor pagó y salió con Aldaba sin reparar en Montiño.

En testimonio de verdad. Pero Ponce LucasLibróse asimismo testimonio de haber desaparecido: Del cuarto del cocinero, su mujer, Luisa Robles, y su hija Inés Martínez. De las cocinas, el galopín Cosme Aldaba. De la servidumbre de la reina, el paje Cristóbal Cuero. Y se tomaron declaraciones, y por estas declaraciones se averiguó que la cocinera tenía un amante, que se llamaba Juan de Guzmán.

La puerta era de complicados herrajes; los ventanales tenían vidrieras con figuras de colores; sobre el muro gris estaban incrustados relieves de mármol y escudos antiguos. Golpeó inútilmente con un dragón de hierro que servía de aldaba. Al fin apareció en un sendero inmediato, entre dos muros, una mujer greñuda con un niño en brazos.

Ven acá, hereje y mal nacido; ven acá y huele, y dime si esto huele á capón relleno. Y asió á Cosme Aldaba del cogote, le llevó á la hornilla y le hizo meter casi las narices en la cacerola. Después le arrojó de y le plantó cuatro ó cinco cintarazos. Aldaba huyó dando gritos.

Eso no puede ser. Tened toda la queja que queráis, pero no lo digáis á nadie dijo Cosme Aldaba. ¿Y os soltarán...? dijo Montiño. Indudablemente. Pero yo me quedaré aquí. ¡Vos, marido mío! , por cierto; como que me acusan de haber dado muerte á vuestro amante.

Dió dos ó tres vueltas por la sala. Vió dos ó tres veces á su mujer. Cada vez le pareció más hermosa y más inocente. Pero, señor, ¿y lo que yo mismo he oído? se dijo. Y volvió á dar otras dos ó tres vueltas. ¡Luisa! dijo al fin. ¿Qué queréis? respondió tranquilamente su mujer. ¿Ha estado alguien aquí? Ha estado Cosme Aldaba. ¡Ah! ha estado ese bribón de Aldaba. ¿Y qué quería?

A aquella pregunta, todos detuvieron sus faenas, y todos callaron; pero las miradas de todos se fijaron en un mozangón que miraba entre turbado é insolente á Montiño. ¿Has sido , Aldaba del infierno, has sido ? exclamó Montiño arrojando con cólera la tapadera, y echando mano á la espada que desenvainó.

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