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Actualizado: 27 de junio de 2025


Dijo esta palabra con un alarido espantoso, levantándose del asiento y extendiendo ambos brazos como suelen hacer los bajos de ópera cuando echan una maldición. Jacinta se llevó las manos a la cabeza. Ya no podía resistir más aquel desagradable espectáculo. Llamó al criado para que acompañara al desventurado corredor de obras literarias. Pero Juan, queriendo divertirse más, procuraba calmarle.

Un grito estridente rasgaba la lobreguez, un alarido feroz, que hacía estremecer á los que lo escuchaban. Este grito inmenso salía de la garganta de un pájaro poco más grande que el puño, una especie de mochuelo del tamaño de un pichón de cría. Todas las bestias, las que vuelan, las que corren y las que se arrastran, se echaban á temblar cuando oían este alarido.

Como montón de hojas secas que el viento arremolina, arrastra y desparrama, los grupos se movían, atropelladamente, se formaban y se disolvían; dominando el fragor del tumulto, alzábase una voz: ¡Oro 325! E inmediatamente un alarido colosal la apagaba, recorriendo todos los ámbitos de la sala estremecida.

Y con una honda náusea por aquello pegajoso, fofo e inerte que era su marido, se fué a su cuarto. No durmió bien. Despertó, tarde ya, y vió luz en el taller; su marido continuaba trabajando. Una hora después, éste oyó un alarido. ¡Dámelo! , es para ti; falta poco, María repuso presuroso, levantándose. Pero su mujer, tras ese grito de pesadilla, dormía de nuevo.

Parecía el alarido de un gran caldero que hierve: no hay poesía terrorífica capaz de parangonarse con aquella prosa. Continuamente, continuamente el mismo tono: ¡Oh! ¡oh! ¡oh! ó ¡uh! ¡uh! ¡uh! Como habitábamos en la misma playa, éramos más que espectadores de la escena: constituíamos una parte de ella.

Apenas está el fuerte fabricado, Y las paredes del no medio hechas Estaban, cuando el campo se ha quajado De los indios, que vienen por sus trechas, Gran grita y alarido han levantado, El aire y tierra cubren con las flechas. La guerra fué sangrienta y bien reñida, Mas huye, al fin, el indio de vencida.

A Ojeda le pareció oír mentalmente un alarido general, un relincho inmenso que subía hasta el cielo; y no lo lanzaban las bocas, repentinamente secas: partía de los ojos extraviados, de las ropas estremecidas, de las narices palpitantes. La miraban lo mismo que los pueblos primitivos debieron mirar la primera revelación celeste.

Deseaba ahogarlo y al mismo tiempo no quería oprimirle de una manera mortal, pues la pluma del caburé sólo conserva sus milagrosas cualidades cuando ha sido arrancada estando la bestia viva. Con la otra mano libre le despojó de las plumas de atrás, y el animal lanzó un alarido al mismo tiempo que repetía su picotazo. El grito espeluznante fué seguido de un profundo silencio.

Luego vio con la imaginación al amigo que estaba a pocos pasos de él, al otro lado de una pared de ladrillo, también inmóvil, con las extremidades rígidas, la camisa sobre el pecho, el vientre abierto y un resplandor mate y misterioso entre las pestañas cruzadas. ¡Pobre toro! ¡Pobre espada!... De pronto, el circo rumoroso lanzó un alarido saludando la continuación del espectáculo.

Levantóse entre ellos alarido disforme, y desnudando las dagas, lo juraron poniendo las manos cada uno en el borde de la artesa, y echándose sobre ella de hocicos; dijeron: -Así como bebemos este vino hemos de beberle la sangre a todo acechador. ¿Quién es este Alonso Álvarez -pregunté- que tanto se ha sentido su muerte?

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