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Actualizado: 12 de junio de 2025


El maestro permaneció de pie contemplando la encogida y pequeña figura a medida que se alejaba vacilante por el camino, aguardó hasta que hubo pasado el pequeño camposanto y alcanzado la cima de la colina, en donde se volvió y se detuvo un instante como un átomo de sufrimiento perfilado entre las lejanas y apacibles estrellas que pueblan el infinito.

Antoñona volvió a salir del despacho, y aguardó fuera. Pepita estaba transformada.

Llamó con la mano. Ventura, Ventura. ¿Quién está ahí? gritó de adentro su esposa con voz extraña, indefinible. Soy yo... abre, abre pronto. Estoy en la cama. No importa, abre pronto. Déjame vestirme. No; abre en seguida o rompo la puerta. Voy, voy allá. El joven aguardó un instante. En vez de la puerta, creyó percibir que se abría el balcón del cuarto. ¡Abre, Ventura! gritó con furor.

Allí había un misterio y el estudiante, con su sangre fría característica, se prometió aclararlo, y aguardó una ocasion. Simoun cavaba y cavaba en tanto, pero Basilio veía que el antiguo vigor se había amenguado: Simoun jadeaba, respiraba con dificultad y tenía que descansar á cada momento.

Jaime buscó el revólver y aguardó con él en la diestra. El arma parecía temblar entre sus dedos. Comenzaba a sentir la cólera del hombre fuerte que adivina junto a su puerta el rondar de un enemigo. La lenta ascensión se detuvo, tal vez en mitad de la escala, y tras largo silencio, oyó el solitario una voz queda, una voz que sonaba sólo para él. Era la voz del Ferrer: la reconocía.

Don Pedro, a pesar de la urgencia alegada para apurar a Julián, aguardó dos minutos en la puerta, quizás con la ilusión recóndita de ser detenido por la muchacha; pero al fin, encogiéndose de hombros, salió delante, y echó a andar por la senda abierta entre viñas que conducía al crucero.

Escribir a doña Beatriz diciéndole la no aparición de su marido, era infundirle el mismo pesar que tenía él y tal vez descubrir además un secreto de Braulio: algo que le importaba mucho que su mujer no supiese. Paco aguardó con impaciencia, pero aguardó. La estación del ferrocarril estaba a cuatro leguas del lugar. Un carricoche traía a los pasajeros desde el punto por donde el ferrocarril pasaba.

Aquí Asunción cesó de hablar, y Lola, que la escuchaba con tristeza y curiosidad, aguardó un rato a que continuase, y viendo que no lo hacía, le preguntó: Pero, ¿por qué me decías que después de contármelo no iba a darte más besos y todas aquellas cosas?... Al contrario, ahora te quiero más... mira como te quiero. Y Lolita al decir esto le daba apasionados besos.

A su discreción de V. fío cómo debe enterar a Felisa de todo este, y con arreglo a lo que resuelva aguardo instrucciones. »Hable V. con ella y contésteme lo antes posible. »Suyo afectísimo siempre.

Tardó en cumplirse su deseo, mas se cumplió por último. Don Jacinto, saliendo de la sacristía, atravesó el templo. Ella le vio y salió antes que él y le aguardó a la puerta, entre varios mendigos que pedían limosna. La palidez limpia y mate de su rostro tenía soberano hechizo y sus negros y rasgados ojos brillaban como dos soles de luto.

Palabra del Dia

rigoleto

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