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Simoun aguardó en vano que volviese aquella noche Cabesang Tales.

No se ruborizó porque el joven la encontrase en aquel arreo ni en tan baja ocupación, ni exclamó como otras muchas harían en su caso: ¡Jesús, de qué forma me encuentra usted! llevando las manos al pelo o a la garganta. Nada de eso. Suspendió un momento su tarea, sonrió con dulzura y aguardó a que el joven hablase. Buenas tardes dijo, poniéndose colorado. Buenas tardes, Gonzalo respondió ella.

Yo, Teodora, soy el que me hallé presente a las sinrazones de don Fernando, y el que aguardó oír el que de ser su esposa pronunció Luscinda.

Siempre, en sus grandes cóleras, cuando no podía apelar á una acción inmediata y violenta, la excitación nerviosa iba seguida en él de una laxitud que ablandaba sus músculos y sus nervios. Con verdadero placer entró en Villa-Sirena, encontrando una nueva voluptuosidad en todos los detalles de su bienestar. Aguardó leyendo la llegada del coronel. A las nueve de la noche tuvo que comer solo.

Don Andrés, aunque muy estimulado por la curiosidad, se armó de paciencia y de calma y aguardó dos o tres horas antes de dar un paso para descubrir lo cierto. Bien sabía él que el mayor amigo y confidente de don Paco era el maestro de escuela, y a eso de las ocho, cuando ya la escuela había empezado y don Pascual debía de estar en ella, don Andrés le envió a llamar a su casa.

Bruscamente tomó la resolución de abandonar la casa. «Nada, yo no estoy más tiempo con este tíoMetió sin hacer ruido su ropa y enseres en el baúl y lo cerró. Después se sentó sobre la cama y, con el oído atento, los ojos extáticos, aguardó.

Partió inmediatamente para Córdoba, dicen los que refieren el hecho, y aguardó que anocheciera para entrar en su casa por las tapias de una huerta. Colocóse secretamente en parte desde donde pudiera acechar á los supuestos cómplices, los vió en el acto de cometer el adulterio, y tiró al punto de la espada.

Tuvo, no obstante, que ceder a los ruegos de Juana y aguardó hasta el día siguiente, en el cual, dividiéndose el trabajo, según queda dicho, fabricaron entre ambas la carta, que, por su trascendencia e influjo en los ulteriores sucesos de esta sencilla y verdadera historia, hemos de consignar aquí.

El juez aguardó un momento la respuesta, y en seguida continuó lentamente: Advierto a usted que las reticencias podrían perjudicarla. La nihilista manifestó su indiferencia encogiéndose de hombros desdeñosamente. ¿A quién acusa usted? ¿A , o a Alejo Petrovich, o a ambos? ¡Me parece que usted quiere invertir los papeles!

Otra tarde, pues aquellos desórdenes eran vespertinos, le aguardó vestida de aldeana, y otra vez en traje de bailarina. Carola no era mujer: era un serrallo. Pero lo que le ponía fuera de era admirarla de señora, con abanico de plumas, vestido de cola, escotada y con prendido de flores en el pecho.