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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Al pasar junto a la puerta del balcón, exclamó: ¡Qué espléndida noche! y se detuvo un instante sobre el marco de la puerta; ¡hace un calor tan insoportable en la sala! En efecto, la noche es soberbia le dije; ¿salgamos al balcón? agregué acompañando mi palabra con una ligera presión en el brazo que tenía enlazado con el mío. Nos criticarán... me repuso.

Escribí a éste una larga carta; le pedí perdón casi por haber ido a buscar mujer en la casa de su enemigo hereditario; «pero agregué, confío que de esta manera la vieja disputa se arreglará por sola». La respuesta se hizo esperar mucho tiempo.

Aun suponiendo que Juan me hiciese traición, ignoraba aquella parte de mi plan y sin duda esperaba verme atacar la puerta principal a la cabeza de mi gente. Allí como le dije a Sarto, estaba el verdadero peligro. Y allí agregué, se hallará usted. ¿Todavía no está usted satisfecho? No, no lo estaba. Lo que él quería era acompañarme, a lo cual me negué terminantemente.

Agregue usted a esto las ideas tan bajas que tienen de mismos, el poco conocimiento de la vida acomodada de los que poseen bienes, y de las distinciones y honras que éstos logran entre los demás hombres, y el no tener ambición de dejar a sus hijos herencia después de su muerte, porque de esto ni idea ni noticia tienen; y concluirá usted que de necesidad forzosa los indios han de vivir en una continua ociosidad entretanto vivan en comunidad.

¡Pero por Dios bendito! exclamé ¡No se da cuenta de que me está matando con estas cosas! ¡Estoy harto de sufrir y echarme en cara mi infelicidad! ¿Qué ganamos, qué gana Vd. con estas cosas? ¡No, basta ya! ¿Sabe Vd. agregué adelantándome lo que Vd. me dijo aquella última noche de su enfermedad? ¿Quiere que se lo diga? ¿Quiere? Quedó inmóvil, toda ojos. Si, dígame... ¡Bueno!

La injusticia de mi actitud no veía más que injusticia acrecentaba el profundo disgusto de mismo. Por eso cuando , o más bien sentí, que las lágrimas salían al fin, me levanté con un violento chasquido de lengua. Yo creía que no íbamos a tener más escenas le dije paseándome. No me respondió, y agregué: Pero que sea ésta la última.

Y en esta atencion puede V.S., siendo servido, pasar el correspondiente oficio al Exmo Sr. Virey de Buenos Aires, á efecto de que S.E. disponga lo que tenga á bien sobre esta importante diligencia, y que remita dicha declaracion á V.S. para que se agregue á los autos.

Pero ese mismo beso no me gustó; a no me habría besado de otra manera. , pero ni siquiera lo ha hecho agregué para mis adentros. Después permanecieron nuevamente inmóviles y silenciosos. Mi corazón latía con tanta violencia, que tuve que apretarme el pecho con las dos manos. Al fin, Marta le dijo: ¿No quieres sentarte, Roberto?

A Dios y a los hombres, señora respondió Elena con cándida intrepidez y sin echar de ver las sonrisas de todos. ¡Diablo! exclamó Kisseler con su brutalidad de siempre; pido que se agregue a las señoras... Elena no lo oyó, aturdida por la risa estrepitosa de Sofía, a quien estas bromas gustan extraordinariamente. Nos levantamos de la mesa al ruido de aquellas carcajadas, y pasamos al salón.

Es preciso para esto, que a un temple firme y a un valor temerario, se agregue un grado de exaltación que sólo pueden excitar veinticuatro mil ojos que miran y veinticuatro mil manos que aplauden. Capítulo XVIII

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