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Al decir esto Cristián prorrumpió en una carcajada. Ya no era el frío y tranquilo Tragomer, del que se burlaban amablemente las muchachas por encontrarle demasiado reservado. La sangre asomaba á su tez y sus ojos brillaban. Se volvió hacia Marenval, que no acertaba á decir palabra, y continuó: Hace dos años que Jacobo está agonizando bajo el peso abrumador de una condena no merecida.

El pobre hombre palideció, sus oidos le zumbaron, una nube roja se interpuso delante de sus ojos ¡y en ella vió á su mujer y á su hija, pálidas, demacradas, agonizando, víctimas de fiebres intermitentes!

Es este corazón, que va sangrando con la herida brutal de su delirio, mi pobre corazón, agonizando, mientras va sollozando... sollozando... al rudo golpear de su martirio. Este martirio he siempre comprimido por inquieto temor a tu repulsa, hondo martirio que, a mi ser asido, parece cual mi vida confundido y siempre al lloro y al sufrir me impulsa.

Hace cuatro meses desto, y ya mi madre, por amor mío, había pretendido salir a mendigar de noche, yéndose a las puertas de las iglesias donde había ejercicios; y yo por no se lo hubiera consentido, pero por ella consentilo y acompañela, y ambas a dos, en cuanto la noche cerraba, a la iglesia más próxima donde había ejercicios nos íbamos, y a su puerta nos poníamos rebozadas, y aun a pesar del rebozo avergonzadas, y trémulas, y poco menos que agonizando.

Iban alguacil delante y familiar detrás, estirando a cual más podían las zancas y alargando los pescuezos, aficionado el uno al agasajo que de seguro le harían en aquella principalísima casa mientras esperase, y desasosegado y agonizando el otro por volver a ver a doña Guiomar; y esperaba el alguacil que alguna linda doncella, o dueña de no malos bigotes viniese a él, por mandamiento de su señora, para hacerle menos enojosa la espera; que el alguacil no podía creer sino que a cosa de amores volvía el familiar solo a la casa, y sin color de justicia, y que por esto se había salido de la casa sin prender a nadie; y en cuanto al familiar, no pensaba nada, sino que de él tiraban duendes o diablos para llevarle a su perdición; y aunque él no quería, salíasele el alma al mezquino, como si su alma hubiese querido llegar súbitamente y juntarse con aquella otra alma que dentro de aquel hermosísimo cuerpo vivía.

Cuando al fin alcanzó el más encarnizado de mis enemigos, aquél con quien contara al mundo mi historia convirtiendo mi valor en hazmerreír de perversos e ignorantes, aquél cuya péñola implacable hace irrisión de mis nobles pasiones y befa de mis mejores hazañas, he aquí que lo hallo enfermo, postrado y agonizando, por obra y gracia de los pérfidos encantadores que me persiguen, y que no han querido que vengue de una vez por todas sus burlas y ultrajes, para eterna gloria de mi nombre.

Y no sabemos lo que de nosotras hubiera sido, porque aquella mala gente se iba embraveciendo con su propia cólera, si de improviso sobre aquel torbellino de rabiosos no lloviera de repente una tal tempestad de cintarazos, que todos, sanos y lisiados, escaparon, quedándonos solas en el atrio de la iglesia, asustadas y poco menos que agonizando, mi madre y yo, y de tal manera amedrentadas, que no acertábamos a movernos, estrechadas la una contra la otra, y temblando.

Si andando en la Pampa le vais proponiendo darle una estancia con ganados que lo hagan rico propietario; si corre en busca de la médica de los alrededores para que salve a su madre, a su esposa querida que deja agonizando, y se atraviesa un avestruz a su paso, echará a correr detrás de él, olvidando la fortuna que le ofrecéis, la esposa o la madre moribunda; y no es él sólo el que está dominado de este instinto: el caballo mismo relincha, sacude la cabeza y tasca el freno de impaciencia por volar tras del avestruz.

Muy pocas horas después de hecho este cálculo, fue cuando a la marquesa se le ocurrió caer en la cuenta de que con la muerte de su padre y de su hijo, aquella casa que habitaba tanto tiempo hacía, en la calle de Hortaleza, le parecía un cementerio sombrío: veía a las «queridas prendas» de su corazón, doloridas y agonizando, en cada rincón, en cada mueble y a cada instante; su espíritu, tan combatido por los males del cuerpo y por las tristezas del alma, no estaba para grandes pruebas, y le era indispensable «salir de allí... a cualquiera parte».

Veía á su padre vagando, hambriento, sin tregua ni reposo; veía á Basilio agonizando en el camino, herido de dos balazos, como había visto el cadáver de aquel vecino, que fué muerto mientras le conducía la Guardia Civil.