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Actualizado: 21 de junio de 2025
Afirmaban que aquel símbolo no era simplemente un paño escarlata, teñido con un color que era obra del hombre, sino que el rojo ardiente lo producía el fuego del infierno, y se le podía ver brillar con todo su fulgor cuando Ester se paseaba sola, junto á su morada, durante la noche.
Y con serena indiferencia, como si hablase de algo ocurrido muchos años antes, relató á Gillespie la misteriosa aparición del poeta Golbasto tendido en la arena de la playa y medio ahogado, así como la dolencia extraña de Momaren y las murmuraciones de los que afirmaban que á la misma hora lo habían llevado inánime á su palacio unos desconocidos.
Unos periódicos, al hablar del suceso, afirmaban que las víctimas eran dañadores peligrosos que habían hecho frente a los guardas; los diarios de oposición decían que eran pobres hambrientos que entraban en la posesión real sin otro propósito que el de coger cardillos.
Por lo tanto, hasta donde sus obligaciones se lo permitían, su existencia se deslizaba, como si dijéramos, en la penumbra, habiendo conservado toda la sencillez y candor de la infancia; surgiendo de esa especie de sombra, cuando se presentaba la ocasión, con una frescura, fragancia y pureza de pensamiento tales que, como afirmaban las gentes, hacían el efecto que produciría la palabra de un ángel.
Pero la tachaban, con pesadumbre los unos y con visible delectación las otras, de descorazonada y mordaz; y creo que tampoco estaban en lo justo los hombres ni las mujeres que tal afirmaban. No le faltaba corazón en el sentido en que lo entendían aquellas gentes.
Los enemigos de «la Papisa Juana» afirmaban que de joven había tenido oculto en su palacio al conde de Montemolín, pretendiente a la corona, y que allí lo había puesto en relación con el general Ortega, capitán general de las islas. A estas murmuraciones unían la de un amor romántico de doña Juana por el pretendiente. Jaime sonreía al oír estas noticias. Todo mentira.
Los que venimos por vez primera camino de América, sentimos el mismo prejuicio de los sabios del tiempo de Colón, que afirmaban que sólo podía encontrarse oro allí donde hubiese negros e hiciera mucho calor... Al sentir que el sol nos quema con más fuerza que en Europa, creemos estar menos alejados de la fortuna. Permanecieron los dos amigos largo rato en silencio.
Las gentes comentaban su ocultamiento con guiños maliciosos. Algún nuevo amor; y sus amores casi siempre eran andantes, necesitando el viaje largo y el cambio de horizontes. Tal vez estaba en Constantinopla ó en Egipto; tal vez se ocultaba en uno de los enormes hoteles de Nueva York. A veces era cierto; en otras ocasiones, los más íntimos de la duquesa afirmaban que no había salido de París.
Algunos hasta afirmaban haberle oído horribles blasfemias contra la nación y contra el sexo que la gobernaba, como si fuesen capaces de entender su idioma. Cada vez que en el curso del día apareció el coloso junto á la entrada de su vivienda, no fué saludado por la muchedumbre con alegres aclamaciones y echando sus gorras en alto, como otras veces. Un silencio hostil acogía su presencia.
¿A las doce de qué?... ¿Dónde debía estar a las doce?... Nélida pareció impacientarse, al mismo tiempo que sonreía con cierta compasión. ¡Y afirmaban todos que Ojeda tenía talento!... A las doce de aquella noche; y en cuanto a lugar para verse, su camarote. ¿Cuál otro podía ser? Ella le esperaría con la puerta entornada. ¡Qué torpes eran los hombres!...
Palabra del Dia
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