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Actualizado: 6 de julio de 2025


Particularmente las señoras se humillaban con un deleite que no eran poderosas a disimular, con un sentimiento de ternura y adoración que las ponía rojas. Organizóse poco después el rigodón de honor. Clementina abandonó su puesto para tomar parte en él. El monarca bailó con la duquesa, que hizo un esfuerzo por contentar a su marido. Una triple fila de curiosos formaban círculo viéndoles bailar.

Era de su madre, la pobre señora pálida y enferma que compartía su vida entre el rezo y la adoración a un hijo para el que había soñado las mayores grandezas. El otro tal vez había pertenecido a su abuela, aquella americana de los tiempos del romanticismo, que aún parecía estremecer el caserón con el roce de sus blancos vestidos y los susurros de su arpa.

Y Hans Keller, para ahogar su emoción, se sentaba al piano mientras Leonora, sugestionada, se aproximaba a él, rígida como una estatua, y con las manos perdidas en la áspera cabellera del músico, cantaba un fragmento de la inmortal Tetralogía. La adoración al gran muerto la convertía en una mujer nueva.

Pero ahora, gracias al tío Chispas, que le tenía ley por haber conocido a su padre, era todo un marinero, estaba en camino de ser algo, podía con todo derecho meter su brazo en el caldero, y hasta llevaba zapatos, los primeros de su vida, unas soberbias piezas capaces de navegar como una fragata, que le sumían en éxtasis de adoración. ¡Y aún dicen que si el mar!... Vamos, hombre.

Hablose luego de Adoración, que se había cosido a las faldas de Jacinta, y Severiana empezó a referir: «Esta niña es de mi hermana Mauricia... La señora metió en las Micaelas a mi hermana, pero esta se fugó, encaramándose por una tapia; y ahora la estamos buscando para volverla a encerrar allá». Conozco mucho esa Orden dijo la de Santa Cruz , y soy muy amiga de las madres Micaelas.

Veremos... dijo distraída Jacinta levantándose, porque había oído el repique del timbre con que su marido llamaba. Faltaba algo antes de que Adoración se despidiera. Su protectora le daba siempre una golosina, y aquel día hubo de olvidarse. Quedose parada la niña en medio del gabinete aun después de los últimos besos de la despedida.

Primeramente se quitó el sombrero con reverencia, «como si estuviese delante de una imagen milagrosa», pensó Moreno. Luego dijo, con cierta expresión teatral que en él era espontánea: Yo soy ese desgraciado, señora, y este es el momento mejor de mi vida. La miraba el gaucho con ojos ardientes de adoración y deseo, y ella sonrió, satisfecha del bárbaro homenaje.

Auvray continuó: «Ya ve usted señorita, que la conozco. ¿Y a usted, jamás le ha dicho su instinto de mujer que muy cerca de usted, en la casa de enfrente, había un joven que poseyendo algunos bienes, vive solo y aislado y necesita un corazón amante y cariñoso que sepa comprenderle? ¿No ha adivinado usted que aquí había un hombre capaz de dar su sangre, su vida, y su alma al ángel que bajase del Cielo para llenar el vacío de su triste existencia, y cuyo amor no sería un capricho profano y ridículo, sino una adoración eterna?

Pero, semejantes a nubes de incienso, los efluvios de adoración que emanaban del joven, la envolvían en una atmósfera de ternura, y gozaba de una sensación de felicidad ignorada hasta entonces.

Y se acordaba de las cartas que había escrito ese día para anunciar su partida, cartas en que la tristeza de la renuncia a una adoración que presentía dominante, se ocultaba, se descargaba en acusaciones a la vulgaridad del lugar y de sus pobladores.

Palabra del Dia

godella

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