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Otros sentimientos han contribuido a apresurar mi regreso. Sentía impaciencia por volver a ver a Adela y por buscar los medios de no separarme ya de ella. Los días del hombre transcurren tan rápidamente, que no hay más que una preocupación bien inexplicable que pueda distraernos del cuidado de embellecerlos.

¿Está todo bien preparado, Visanteta? Todo, señora. Nelet se ha encargado de que el capón no se queme; sólo faltan unas cuantas vueltas. Adela cuida del puchero. La sopa la pondremos cuando avise la señora.

Aquel calificativo antepuesto a un nombre hasta cierto punto aristocrático, causó en un efecto inesplicable. ¿Quién es la señora Adela? la pregunté. Es una mujer que me ha criado. Y al pronunciar estas palabras, creí notar en su entonación algo de doloroso, algo de impaciente, algo que revelaba que no era la señora Adela lo mejor del mundo para la traperita.

Ahora veo a mi hija Manolita, que también sale en camisa... ¡Calle, también se ha despertado Paquito!... ¡No te he dicho que todos iban a recibir un susto!... Pero se van a constipar si andan de ese modo más tiempo... No toques más Juan, no toques más. Cesó el estrépito infernal. Vamos, Adela, Manolito, Paquito, abrigaos un poco y venid a dar un abrazo a mi hermano Juan.

En un balcón, con sus dos hermanas mayores y la directora, estaba Sol del Valle. En otro, con un vestido que la hacía parecer como una imagen de plata, una linda imagen pagana, estaba Adela. Más allá, donde Sol y Adela podían verlas, ocupaba un ancho balcón, amparado del sol por un toldo de lona, Lucía con varias personas de la familia de su madre, y Ana.

Entonces Adela me dijo que iba a la aldea próxima a llevar un pequeño socorro que la buena priora enviaba todos los días a una familia enferma. No la casi, tan ocupada tenía la imaginación. Paso rápidamente sobre los detalles de ese paseo de una hora, hora deliciosa que debía haber sido un siglo y que no ha sido más que un minuto.

La indita de saya azul da a gustar a la vaca mirona una de las tazas de coco abandonadas. Al pescante van Pedro y Adela: Lucía, menos contenta, a la imperial con Juan. Ya la casa de la finca, toda blanca, de techo encarnado, se ve a poca distancia.

Sus colegas de acá, otros ángeles caídos que suelen llamarse «la Tomasa, la Adela, la Paz, la Asunción, etc.», al cruzar por su lado le miran con soberano desdén: ninguno ha caído como él en medroso despeñadero; todos han venido a dar sobre algún milord con un caballo.

Adela, por otra parte, estaba demasiado bien educada para hacer caso de su marido. ¡La sociedad es tan divertida y los jóvenes tan amables! ¿Qué hace usted en un rigodón si le oprimen la mano? ¿Qué contesta usted si le repiten cien veces que es interesante? Si tiene usted visita todos los días, ¿cómo cierra usted sus puertas? Es forzoso abrirlas, y por lo regular de par en par.

Es verdad exclamé yo interrumpiendo a Adela , se llamaba Mario Evrard. Ese era su nombre de guerra contestó Adela. continué yo , me acuerdo como si fuese ahora. El general, rodeado de enemigos, estaba a punto de sucumbir; su caballo yacía muerto a sus pies, y él mismo, gravemente herido, no oponía ya resistencia alguna.