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Arrodíllate, Adela: arrodíllate ahora mismo le respondió dulcemente Ana, volviendo a ella su hermosa cabeza de ondulantes cabellos castaños ; mientras que Juan, que venía de hacer paces con Lucía refugiada en la antesala, salía a la verja del zaguán a recibir al amigo de la casa.

Apenas me di cuenta de que se abrían las puertas, corrí a la habitación de mi madre. Entro, busco, llamo, pregunto; ya no estaba allí. Me dijeron que se la habían llevado. ¿Muerta? Lo cierto es que ya no he vuelto a besar a mi madreAsí se terminó, mi querido Eduardo, la historia de los padres de Adela; y muchas veces, durante su relato, mis lágrimas se unieron a las suyas.

Lo que hay de cierto es que la señora priora recogió a la pequeña Adela, de la cual era madrina, y le dio cierta educación. Si mi Adela te interesa, otra vez te daré más detalles, aunque en el fondo no se trate más que de la doncella de la señorita de Valency, pues me olvidaba advertirte que con este titulo vive Adela en el castillo.

Latour, a quien yo he informado de todo lo concerniente a Adela, persiste en dudar de su traición. ¡Que no pueda yo dudar también! En ciertos momentos, no obstante, yo creo... ¡Qué digo yo y cuál no es mi ceguera! Estoy en el caso del viajero que por la noche pierde pie al borde de un abismo espantoso y se ase a lo primero que encuentra.

Su hermana no le abandonaba. Acosábalo con atenciones, y hasta había logrado hacerle tragar una copa de coñac. Visanteta acababa de servir el café a los dos señoritos recién llegados, cuando la llamó su ama. Di a Adela y a Nelet que entren. Toda la servidumbre de la casa se plantó a estilo de coro de zarzuela ante el sillón de la señora.

El cochero es Pedro Real, que lleva al lado a Adela, en la imperial, Juan y Lucía, adentro, con la gente mayor, que es muy respetable, pero no nos hace falta para el curso de la novela, Ana sentada entre almohadas, muy mejor con el gozo del viaje, con su cuaderno de apuntes en la falda, para copiar lo que le guste del camino, que ya le perece que está buena, y Sol a su lado, con un vestido de sedilla color de ópalo, tranquila y resplandeciente como una estrella.

Adela estaba prendiendo en aquel momento en sus cabellos rubios un jazmín del Cabo. Ana cosía un lazo azul a una gorrita de recién nacido, para la Casa de Expósitos. Fui a rogar respondió Juan sonriendo dulcemente , que no apremiasen por la renta de este mes a la señora del Valle. ¿A la madre de Sol? ¿de Sol del Valle?

En fin, sea que la casualidad lo hubiese decidido así, sea que me hubiese dirigido hacia aquel punto sin darme cuenta de mi deseo, me encontré cerca de la aldea a donde tenía costumbre de acompañar a Adela y reconocí la miserable choza donde tantas veces la viera entrar.

Es posible que esto sea verdad. Y cuánto no daría yo porque no quedasen más que recuerdos de esta débil demarcación que el azar del nacimiento ha trazado entre algunas familias y la gran familia humana; de esta circunstancia tan extraña a mi voluntad, que me ha sometido a un orden particular de costumbres y de obligaciones, que ha restringido, comprimido, roto la independencia de mi corazón; que me ha prohibido los afectos más simples y más dichosos; que me ha separado de Adela y de la felicidad.

Mi imaginación no entra para nada en este deseo. Yo soy bastante rico para elegir, y ésa es la elección que hago. Añade a esta perspectiva una esposa como Adela, un amigo como Eduardo, o, mejor dicho, mi Adela y mi Eduardo, ellos mismos, porque no hay otros para mi corazón, y tendrás una idea de mi retiro encantado, del Edén que espero.