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Actualizado: 25 de junio de 2025
Toda la parte de la iglesia entre el coro y la puerta del Perdón estaba ocupada por la vistosa y pesada fábrica. Los toledanos acudían a admirar, según costumbre tradicional, la escalinata cubierta de filas de apretadas luces, los legionarios romanos de alabastro apoyados en sus lanzas, y la cortina riquísima, de innumerables pliegues, que bajaba desde la bóveda hasta la plataforma del Monumento.
Y ellas, que acababan de adormecerse en el silencio de plomo que precede á la llegada de la luz, acudían corriendo para presenciar una agonía más, para animar la mano yerta con el contacto de su mano, para disimular los pasos de la muerte con sus palabras que sonaban lo mismo que monedas de oro, con sus risas que parecían vibraciones de fino cristal.
No había otro como él para atravesar de noche ciertas calles con un bulto bajo la capa, figurándose mendigo con un niño a cuestas. Ninguno como él poseía el arte de deslizar un duro en la mano del empleado fiscal, en momentos de peligro, y se entendía con ellos tan bien para este fregado, que las principales casas acudían a él para desatar sus líos con la Hacienda.
Todos los enigmas de su vida acudían a su memoria: la soledad de su infancia, la dureza del abuelo para con él, la continua y llorosa melancolía de doña Guiomar, las especies tan extrañas que había suscitado su lance con los conversos, el súbito desvío de Beatriz, el denuesto de Gonzalo en la callejuela... ¡el abnegado amor de aquel hombre de otra fe, de otra raza!; y vio que todo resultaba harto comprensible a la luz de la espantosa revelación.
Allí brillaba la letra escarlata á manera de luz que derrama consuelo y bienestar: símbolo del pecado en todas partes, en la cabecera del enfermo era emblema de caridad y conmiseración. En casos tales, la naturaleza de Ester se mostraba con todo el calor que le era innato, y con aquella ternura y suavidad que nunca dejaban de producir el efecto deseado en los afligidos que á ella acudían.
El Capitan, que á todos gobernaba, Fortísimo y valiente era en la guerra: Por aquesta razon le respetaba, Sin su gente, gran parte de la tierra: Y aunque él en estos llanos habitaba, Tenia alguna gente allá en la sierra, Los cuales á su tiempo le servian, Y á su mano y diccion siempre acudian.
Los muros, pintados por los más viejos artistas del país, representaban el nacimiento y las aventuras de las divinidades marítimas. Después de su triunfo, la República de las mujeres había regalado este palacio á las amazonas del ejército, que acudían todos los días de fiesta á ejercitarse en la natación.
Al nacimiento de las aguas acudían los espectros de los muertos para unir sus sollozos con los quejidos lastimeros de los árboles y el murmullo del agua al chocar con las piedras; era también el punto de reunión de las bestias salvajes, en donde por las noches el siniestro duende se emboscaba detrás de una breña para lanzarse de un salto sobre los caminantes y convertirlos en cabalgadura suya.
Esta Pepay era una rozagante moza que pasaba por ser muy amiga de don Custodio: á ella acudían los contratistas, los empleados y los intrigantes cuando algo querían conseguir del célebre concejal.
Algunos entendieron que, en tiempo de moros, sirvió también deste ministerio esta casa, donde acudían á sus zambras; pero lo cierto es que estas gentes, aunque faltas de fe, no fué tan perdida y mal gobernada, que consintiesen en sus repúblicas este género de representaciones, que no sirven de otra cosa sino de gastar las haciendas, corromper las buenas costumbres, perder el tiempo, introducir nuevos trajes, afeminar los hombres, dar libertad á las mujeres, y lición á todos para desenvolturas y liviandades.»
Palabra del Dia
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