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Actualizado: 30 de abril de 2025
El sentimiento nacional, sin embargo, fuente de todo lo grande, que ha producido la literatura española, subsistía siempre, y España estaba siempre para él á la misma altura, en poder y en fama, que en la época de Carlos V. ¿Cómo no debía cambiar pronto todo, cuando ese imperio poderoso, acosado por fuera por sus enemigos, y próximo á la consunción en su vida interior, no contaba con más apoyo que con un niño débil bajo la tutela de su madre? ¡Y cuando la corte, que debiera haberse distinguido por su energía extraordinaria, era el asiento de la indolencia, y el foco de miserables intrigas!
El Marqués supo por Joaquina esta resolución de la Condesa; y, cuando acosado por los acreedores, embargado y vendido cuanto poseía a fin de pagar sus deudas, tuvo que retirarse a este lugar, me dejó escrita la carta que he hecho entregar a V. para que me sirviera de introducción. La carta, hasta que ocurriese el caso hipotético que se preveía, había de estar en mi poder sin que nadie lo supiese.
Inciso, como vé que le faltaba La media de la pica á su enemigo, Con ánimo mayor mas se arrojaba, Y un golpe le tiró junto al ombligo. Pitum, del corazon fuerzas sacaba, Que no las tiene todas ya consigo, Y viéndose sin fuerzas y acosado, A los brazos venia denodado.
Y yo te vi igualmente dijo Atilio , pero ibas impetuoso y con la cabeza baja, abriéndote paso lo mismo que un toro acosado. ¿Quieres saber quién es esta señora? ¿Te interesa?... Lubimoff levantó los hombros; pero su indiferencia era falsa.
Y añadía furioso el Rojo: ¡Di: a la oreja! ¡tísica o te baldo! ¡A la oreja! ¡a la oreja! El Ratón se vio acosado por todos sus colegas que se le colgaron de las orejas. ¡Zurriágame la melunga! volvió a gritar la madre, y los pillos se dispersaron otra vez. En aquel momento el Magistral se acercó a la niña. La madre dio un grito de espantada.
Y Santo Tomás de Aquino, el Angel de la Escuela, tuvo que pelear contra el profano amor no menos bravas y espantosas batallas. Cierto día se vio tan acosado por una hermosa mujer que le ceñía entre sus brazos, que tuvo que rechazarla a empujones y luego a fin de ahuyentarla la persiguió con un tizón encendido.
Fernando, acosado por sus ruegos, prometió obedecerla. ¿Qué deseaba?... Una cosa insignificante, que expuso ella con sencillez. No quería ir a América: marchaba hacia Buenos Aires como un animal que va al degolladero. Aún estaban a tiempo los dos para ser dichosos.
Yo me veía acosado por todas partes, me trataban todos aquí con acritud ó menosprecio. Usted sola alzó la voz, y la ha alzado varias veces después en favor mío, para decir que no era yo tan malo como creían. ¿cree usted que yo he olvidado, que podría, olvidar eso? No, señora. Yo seré todo lo que quieran; pero no soy ingrato.
Llegaban hasta allí los ruidos de la muchedumbre invisible. Eran exclamaciones de inquietud; un «¡ay! ¡ay!» lanzado por miles de bocas, que hacía adivinar la fuga del banderillero acosado de cerca por el toro. Luego, un silencio absoluto. El hombre volvía hacia la fiera, y estallaba el ruidoso aplauso saludando un par de banderillas bien colocado.
Así el dicho hermano; y yo en prueba de todo lo que él dice, quiero apuntar algunos casos en particular. Díjome, no ha mucho, un Padre qué fué Superior de aquellas Reducciones, que por muchos meses no tuvo otra cosa de qué sustentarse, sino raíces de yerbas, y faltándole éstas también, acosado de la hambre, se vió precisado á andar en busca de frutas silvestres.
Palabra del Dia
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