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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Acertó a estar su marido a mi lado, y yo, sin pensar a quien hablaba, llevado del deseo de amor y gozarla, díjele: -A esta mujer ¿por qué orden la podremos hablar, para gastar con su merced unos veinte escudos, que me ha parecido bien por ser hermosa?

Siempre interpretó Velázquez maravillosamente el mundo de lo real, hasta en lo más intangible y sutil, pues que dio la ilusión del aire que respiramos, pero donde acertó a pintar la vida con mayor potencia de expresión, fue en las cabezas de aquel rebaño de hombres frustrados, no hechos seguramente a semejanza de Dios, que dan ganas de llorar después de haber hecho reír.

No puso Avendaño los ojos en el vestido y traje de la moza, sino en su rostro, que le parecía ver en él los que suelen pintar de los ángeles; quedó suspenso y atónito de su hermosura, y no acertó a preguntarle nada: tal era su suspensión y embelesamiento. La moza, viendo aquel hombre delante de , le dijo: ¿Qué busca, hermano? ¿Es por ventura criado de alguno de los huéspedes de casa?

Largo rato después hallábase en el mismo sitio, con la cabeza inclinada sobre el pecho, las mejillas encendidas y los celestiales ojos mojados de llanto, cuando acertó a pasar Teodoro Golfín, que de la casa de Aldeacorba con tranquilo paso venía.

Ordenó, pues, la suerte, y el diablo, que no todas veces duerme, que andaban por aquel valle paciendo una manada de hacas galicianas de unos arrieros gallegos, de los cuales es costumbre sestear con su recua en lugares y sitios de yerba y agua; y aquel donde acertó a hallarse don Quijote era muy a propósito de los gallegos.

El Vizconde la saludó al entrar y cruzó con ella algunas palabras; pero acertó a contenerse durante más de una hora, para que ella se cansase de charlar con sus admiradores y amigos y de recibir adoraciones, y espió la ocasión propicia en que ella estaba menos rodeada, a fin de osear fácilmente a los interlocutores enojosos y poder hablar con ella sin que nadie interviniese en la conversación ni le molestase.

El arroyuelo, que corría junto a la choza de su padre, seguía corriendo: pero ya no iban allí mujeres a lavar la ropa como antes. Portentoso era que todo hubiese cambiado de tal suerte en sólo tres años. Acertó entonces a pasar un hombre por allí cerca y Urashima le preguntó: ¿Puedes decirme, te ruego, donde está la choza de Urashima, que se hallaba aquí antes?

D. Acisclo, así llamado desde que cumplió cuarenta y cinco años, y que sucesivamente había sido antes, hasta la edad de veintiocho a treinta, Acisclillo y tío Acisclo después. El don vino y se antepuso, por último, al Acisclo, en virtud del tono y de la importancia que aquel señor acertó a darse con los muchos dineros que honrada y laboriosamente había sabido adquirir.

Insensible al cálido día, Artegui levantaba la cortina un poco, se asomaba, miraba el país, los robledales, la sierra, los valles profundos. Una vez acertó a ver pintoresca romería.

El rubor coloró el semblante de doña Luz, quien no acertó a disimular con su amiga íntima el contento y la satisfacción de amor propio que aquello le causaba. ¿Qué recado, qué embajada me traes? ¿Es alguna burla tuya, o de D. Jaime Pimentel? Nada de burla. Esto va de veras y muy de veras. Don Jaime te idolatra.

Palabra del Dia

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