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Actualizado: 7 de junio de 2025
En la tardía anunciación del verbo, que gestó en sus entrañas redentoras, sintió la madre aquel afán acerbo, que, sin que ya su corazón taladre, fué sólo las angustias precursoras de la mujer que pronto iba a ser madre! y madre fué; y el hijo que nacía, como bautismo recibió en la frente el ósculo de luz del nuevo día, que ya apuntaba en el extremo Oriente.
Y como era un escritor valiente, un ingenio agudo, un satírico acerbo y un observador de muchos quilates, pese a la persecución de los gobiernos y las más mortales aún, mordeduras de la envidia, Larra se impuso en vida, llegó a ser gloria en muerte, y fue una vez más la sanción del soberano parecer del pueblo.
Iba, venía, rogaba a la diosa favorable al matrimonio, suplicaba a su padre o a su tutor que la encontrasen un marido, los llevaba en caso de necesidad a los tribunales, y no por eso encontraba lo que era el objeto de sus sueños. Agriábase entonces su carácter, su humor se ponía triste y acerbo su pensamiento.
Mi propensión a reír y a burlar, aunque sea a costa mía, me induce en ocasiones a ver este asunto por el lado cómico, pero no sazono el acerbo chiste con sal y pimienta, sino con hiel y vinagre. La cualidad de snob, me digo, puede encumbrarse a un grado heroico. Para probarlo acude a mi memoria lo que ocurrió a mis amigas la señora y las señoritas de Pinto.
Una levísima señal de descontento de D.ª Carmen bastaba para confundirla y sumirla en el más acerbo dolor. Aquella criatura tan altanera, que había llegado a hacerse odiosa a todos, se humillaba con placer intenso, a su madrastra. Era su humillación la del místico que se postra por una necesidad invencible del espíritu.
Ya el crepúsculo en la noche lentamente se va hundiendo; con más esplendor la luna brilla en el límpido cielo, y en la inmensidad perdidos resplandecen los luceros. Es ya tarde: cuidadosa, sin duda en ferviente rezo, la infeliz Ayela aguarda al hijo que es su consuelo, su solo amor en el mundo, su solo dolor acerbo.
Escuchando aquellas voces engendradas por el movimiento y la actividad de la vida moderna, pensaba que en el ancho seno de la villa, tras cada balcón, en cada casa, al resplandor de cada luz, al volver de cada esquina, habría quien padeciese torturado por propias y punzantes penas; pero que nadie sufriría un dolor tan hondo y acerbo como el suyo.
Tal vez en la ingenuidad de su alma, en la tranquila conciencia de su belleza, pudo quizás ella creer que algunas de estas adoraciones eran dictadas por leales sentimientos, por confesables intenciones, mas con su rápida y fina penetración de mujer, no tardó en comprender que todos estos postulantes que sin respiro la asediaban, aspiraban a todo, menos a su mano, y esta convicción diariamente ratificada concluyó por añadir a la honda melancolía que minaba el corazón de la huérfana, la sensación cruel del más acerbo desprecio.
Por encontrar la fuente del olvido, errante, por el mundo fuí corriendo, cuando un hombre de rostro venerable, de hirsuta barba y de mirar severo, cruzóse en mi camino, y apoyando su flaca mano en mi cansado pecho, "¿dónde vas?, caminante", preguntóme . "Remedio busco a mi dolor acerbo; beber ansío el agua cristalina, que las penas disipa y los recuerdos."
Presa de acerbo dolor sollozaba y me retorcía las manos murmurando: «Magdalena está perdida para mí y yo la amo...» Magdalena era cosa perdida para mí y yo la amaba. Una sacudida algo menos violenta quizás no me hubiese revelado más que a medias la extensión de aquella doble desventura, pero la presencia del señor De Nièvres hasta tal punto me impresionó, que de todo me di cuenta.
Palabra del Dia
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