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Las montañas del fondo y las torres de la ciudad iban tomando un tinte sonrosado; las nubecillas que bogaban por el cielo coloreábanse como madejas de seda carmesí; las acequias y los charcos del camino parecían poblarse de peces de fuego. Sonaba en el interior de las barracas el arrastre de la escoba, el chocar de la loza, todos los ruidos de la limpieza matinal.

Los gorriones, los jilgueros, las golondrinas y otras cien especies de pintados y alegres pajarillos salen a la campiña con el alba, a coger semillas, cigarrones y otros bichos con que alimentarse; pero todos anidan en el término de Villalegre, y vuelven a él, después de sus excursiones, para guarecerse en sus cotos y umbrías, para beber en sus cristalinos arroyos y acequias, y para regocijar aquel oasis con sus chirridos, trinos y gorjeos.

La más pequeña mata de hierba proyecta sombra. Concluyose la espera, las aves nos ven; es forzoso volver a casa. Caminamos envueltos por una inundación de luz azul, ligera, polvorienta, y cada uno de nuestros pasos en los estanques y en las acequias, revuelve en ellos millares de estrellas caídas y fulgores de rayos de luna que llegan hasta el fondo del agua...

Bajo las frondosidades de esta selva minúscula y alentados por la seguridad de su guarida, crecían y se multiplicaban toda suerte de bichos asquerosos, derramándose en los campos vecinos: lagartos verdes de lomo rugoso, enormes escarabajos con caparazón de metálicos reflejos, arañas de patas cortas y vellosas, hasta culebras, que se deslizaban á las acequias inmediatas.

Por las orillas de las acequias, entre la yerba menuda y las flores silvestres, relucían como diamantes o carbunclos los gusanillos de luz en multitud innumerable. No hay por allí luciérnagas aladas ni cocuyos, pero estos gusanillos de luz abundan y dan un resplandor bellísimo.

Acequias abiertas en líneas paralelas sobre las redondeces, alternativamente salientes y entrantes de las curvas y promontorios, llevarán la vida y harán germinar las flores hasta en las áridas pendientes.

Muchos años antes siendo prados todo lo que hoy es la vega y a la sazón que se mantenían en ellos un número considerable de animales, especialmente de ganado vacuno, hubo grandes tronadas, aumentáronse las aguas de los ríos sobre todo las del Guadalaviar, y arrastraron cuantos animales había en los prados ocasionando además perjuicios sin cuento a los vecinos de Teruel: en virtud de este triste acontecimiento, y para evitar en lo posible su repetición, se construyó una magnífica compuerta y se colocó mas arriba del puente de piedra que hay pasado el pueblecillo de San Blas, cerca de la masía llamada de los Frailes, logrando con esto y con acequias que abrieron, contener por un lado y desaguar poco a poco por otro la corriente del Guadalaviar: andando el tiempo, no se tuvo cuidado de sostener esta buena precaución, y ahora está espuesta con poca diferencia la vega de Teruel, a las mismas inundaciones.

Bien se adivinaba viendo la turba de muchachos atrevidos y pegajosos que se iban colando en la barraca, y cansados de contemplar, hurgándose las narices, el cadáver de su compañero, salían á perseguirse por el camino inmediato ó á saltar las acequias.

Los huertos de naranjos extendían sus rectas filas de copas verdes y redondas en ambas riberas del río; brillaba el sol en las barnizadas hojas: sonaban como zumbidos de lejanos insectos los engranajes de las máquinas del riego, la humedad de las acequias, unida a las tenues nubecillas de las chimeneas de los motores, formaba en el espacio una neblina sutilísima que transparentaba la dorada luz de la tarde con reflejos de nácar.

Debía distraerse; ¡pobre muchacha! no tenía amigas, y á la juventud hay que darle lo suyo. La fuente de la Reina era el orgullo de toda aquella parte de la huerta, condenada al agua de los pozos y al líquido bermejo y fangoso que corría por las acequias.