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Actualizado: 9 de julio de 2025
Fué notable el espectáculo de aquel dia, porque turbado el órden de la misma naturaleza anegaron la tierra, rompiendo algunos diques que detenian el agua de las acequias, y en el mar pegaron fuego á los navíos, sirviendo los elementos de ministros de su venganza, y saliendo de sus limites y jurisdicion para ruina de sus contrarios, parecia que volvían á su primer confusion según andaba todo trocado.
Tanto me atormenta esta idea y tanto cavilo sobre ella, que mi admiración por la belleza de las cosas creadas; por el cielo tan lleno de estrellas en estas serenas noches de primavera, y en esta región de Andalucía; por estos alegres campos, cubiertos ahora de verdes sembrados, y por estas frescas y amenas huertas con tan lindas y sombrías alamedas, con tantos mansos arroyos y acequias, con tanto lugar apartado y esquivo, con tanto pájaro que le da música y con tantas flores y yerbas olorosas; esta admiración y entusiasmo mío, repito, que en otro tiempo me parecían avenirse por completo con el sentimiento religioso que llenaba mi alma, excitándole y sublimándole en vez de debilitarle, hoy casi me parece pecaminosa distracción e imperdonable olvido de lo eterno por lo temporal, de lo increado y suprasensible por lo sensible y creado.
Apagábanse lentamente los rumores que habían poblado la noche: el borboteo de las acequias, el murmullo de los cañaverales, los ladridos de los mastines vigilantes. Despertaba la huerta, y sus bostezos eran cada vez más ruidosos. Rodaba el canto del gallo de barraca en barraca.
El hecho es que cuando llega el verano, cuando las charcas se secan y el blanco légamo de las acequias se agrieta con los grandes calores, es imposible habitar la isla. Yo pude apreciar eso una vez en el mes de agosto, viniendo a cazar ánades silvestres, y jamás olvidaré el aspecto triste y feroz de este paisaje abrasado.
Pronto recorrió algunas sendas de las que dividen las huertas que hay en torno de la villa. La primavera, con todas sus galas, mostraba allí entonces su hermosura y sus atractivos. En el borde de las acequias, por donde corría con grato murmullo al lado de la senda el agua fresca y clara, había violetas y mil silvestres y tempranas flores que daban olor delicioso.
El espacio se había limpiado de tenues neblinas, transpiración nocturna de los húmedos campos y las rumorosas acequias. Iba á salir el sol.
No es ya el íntimo deleite de los estanques y acequias que aparecen, distanciados, entre los repliegues de un terreno arcilloso, bajo el cual se filtra el agua por doquiera, dispuesta a reaparecer en la menor depresión del terreno. Aquí la impresión es grande, vasta.
Toda la huerta que tenía agravios que vengar estaba allí, gesticulante y ceñuda, hablando de sus derechos, impaciente por soltar ante los síndicos ó jueces de las siete acequias el interminable rosario de sus quejas.
Le conocía yo; le había oído leer de un modo maravilloso sus admirables versos, aquellas serenatas que eran, en labios del poeta, miel de abejas, susurro de arboledas, cantos del agua en las acequias de la Alhambra; música del cielo.
Siguió protestando contra la injusticia de los hombres, contra el tribunal, que tenía por servidores á pillos y embusteros como Pimentó. Alteróse el tribunal; las siete acequias se encresparon. ¡Cuatre sòus de multa! dijo el presidente. ¡Cuatro sueldos de multa!
Palabra del Dia
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