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Eran más de las doce, y las siete acequias empezaban á mostrarse cansadas de tanto derramar pródigamente el caudal de su justicia, cuando el alguacil llamó á gritos á Bautista Borrull, denunciado por infracción y desobediencia en el riego. Atravesaron la verja Pimentó y Batiste, y la gente aún se apretó más contra los hierros.

Sonaban á lo lejos, como una tela que se rasga, los escopetazos contra las bandas de golondrinas que volaban á un lado y á otro en contradanza caprichosa, silbando agudamente, como si rayasen con sus alas el cristal azul del cielo; zumbaban sobre las acequias las nubes de mosquitos casi invisibles, y en una alquería verde, bajo el añoso emparrado, agitábanse como una amalgama de colores faldas floreadas, pañuelos vistosos.

aquí la explicacion que obtuve: Los agricultores valencianos gozan de un fuero especial que les fué concedido por uno de sus reyes católicos despues de la derrota ó expulsión de los moros. Ese fuero consiste en el juicio de arbitramento respecto de los litigios que se suscitan entre los agricultores por las aguas ó acequias de irrigacion.

Pero las siete acequias acogían estas interrupciones con furibundas miradas. Allí nadie podía hablar mientras no le llegase el turno. Á la otra interrupción pagaría tantos sueldos de multa. Y había testarudo que pagaba sòus y más sòus, impulsado por una rabiosa vehemencia que no le permitía callar ante el acusador.

Acaso no lo creyó así el Padre, allá en lo interior de su pecho, pues para aclarar y completar lo que había dicho, añadió de este modo: Quiero asimilar vuestra filantropía mundana a un hermoso río, cuyos canales y acequias riegan y fertilizan los campos; mientras que el alma, que se une a Dios por amor, es como el agua que el sol rarifica y levanta y que sube en vapores al cielo. ¿Será esta agua menos útil que la del río?

El juego de los dos rios, del canal de Brujas, del gran canal que conduce directamente al mar, de tantas acequias de irrigacion, y de los numerosos ferrocarriles y excelentes caminos carreteros que giran en todas direcciones, es sumamente interesante, y da mucha animacion al inmenso panorama de verdura que rodea á la gran ciudad flamenca.

A un lado, y tal vez a ambos, corre el agua cristalina con grato murmullo. Las orillas de las acequias están cubiertas de yerbas olorosas y de flores de mil clases. En un instante puede uno coger un gran ramo de violetas. Dan sombra a estas sendas pomposos y gigantescos nogales, higueras y otros árboles, y forman los vallados la zarzamora, el rosal, el granado y la madreselva.

Allí las emociones de Isidora fueron una alegría casi infantil, un deseo vivo de correr, de despeinarse, de entrar descalza en los charcos de las acequias, de subir a las ramas en busca de nidos, de coger flores, de dormir a la sombra, de cantar.

El sol, casi oculto tras larga nube cenicienta, bañaba de dorado rubor la llanura, las colinas, las casuchas blanqueadas del vecino arrabal de Antequeruela. La tarde era lúcida y benigna. Un olor de tierra humedecida llegaba de la Vega. A esa hora, más de una mano morisca abría las acequias para embeber los regadíos. La figura de Aixa apareció de pronto al borde del brasero.

Los arroyos y rios que vierte por uno y otro lado la Sierra no llegaban como ahora sin merma á la llanura: recogíase su precioso caudal en acequias para regar las huertas y vergeles, ó en presas para mover molinos y batanes, ó en balsas para otras industrias.