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Actualizado: 18 de junio de 2025
Tendrían razón todos los señores, pues no se llega a canónigo sin talento; pero intervino el cardenal difunto, que de Dios goce otro golpe de bonete , y el cabildo hubo de aceptar la reforma a regañadientes, y acabará por aplaudirla. ¡A cualquiera le amarga un dulce! ¿Sabes cuánto dinero le entregué al señor cardenal el año pasado? Más de tres mil duros, casi tanto como nos da el Estado pecador.
Es imposible que me engañes... ¡A casa, a casa! ¡Qué dirán de mí! ¡Virgen Santísima! No dirán nada. Yo tengo imaginado un gran plan... Este plan es el mejor... Tu prima acabará de dártelo a conocer. Al diablo doña María y la de Leiva. Es el jefe de la familia. Ella manda. Ahora mando yo, Inés. Obedece y calla. ¿No recuerdas que en todos los instantes supremos de tu vida has necesitado de mi ayuda?
Cada atlota podía bailar con varios hombres sin esfuerzo alguno, rindiéndolos. Era el triunfo de la pasividad femenil, que sonríe ante la jactancia arrogante del sexo contrario, sabiendo que acabará por verlo humillado... La salida de la primera pareja pareció arrastrar a los demás.
Se me pedirá a cada ocasión mi dictamen desde la Corte, y el Rey mesmo acabará por decir: «Esto piensa su señoría, Lorenzo Vargas Orozco, y no habrá más que agregar.» Entonces, Ramiro, uno de mis primeros pensamientos será llamaros a mi lado; y allí dará principio la verdadera ocasión que el Cielo os depara. Al fin lo comprendo. ¡Por ahí, por ahí! ¡Dios lo quiere! Ramiro meditó.
Napoleón debiera confiar el mando de la escuadra a algún español, a ti por ejemplo, Alonsito, dándote tres o cuatro grados de mogollón, que a fe bien merecidos los tienes... ¡Oh!, yo no soy para eso dijo mi amo con su habitual modestia. O a Gravina o a, que dicen que es tan buen marino. Si no, me temo que esto acabará mal. Aquí no pueden ver a los franceses.
Con este estruendo y aquel vocerío, antes que acabara de sorprenderme de la ocurrencia, ya estaba en el encachado soportal y enfrente de mí, una mujer de mediana edad, buenas carnes y sano color, y con el modesto atavío casero que ordinariamente usan a diario las matronas pudientes de aquella comarca.
Pero su franqueza de viejo marino se sobrepuso. ¡Qué porra! Tú eres de la familia y debes saberlo todo. Además, eres mi amigo y quieres á Pepe. ¡Ay, planeta! Aquello ya no es casa, es un convento, y cualquier día, el que fué nuestro grande hombre acabará por traernos el Padre Paulí al escritorio, para que dirija á los empleados. No se separa de él un instante.
La pobre sobrina de doña Pepa tendrá un buen susto... ¡Mira que venir de tan lejos, de sitios tan hermosos, para ver estas cosas!... Rafael pareció reflexionar un rato, como si acabara de ocurrírsele la proposición que danzaba en su cabeza desde mucho antes. Si fuéramos allá... ¿Qué te parece Cupido? ¡Ir allá!... ¿Y cómo?
¿Sabes una cosa, Nela?... Se me figura que mi prima ha de ser algo bonita. Cuando llegó anoche a las diez... sentí hacia ella grandísima antipatía.... No puedes figurarte cuánto me repugnaba. Ahora se me antoja, sí, se me antoja que debe ser algo bonita. La Nela volvió a llorar. ¡Es como los ángeles! exclamó entre un mar de lágrimas . Es como si acabara de bajar del cielo.
Nuestra fiesta del Corpus vale poco, comparada con la de otros tiempos, y sin embargo, ¡cuántas economías hay que hacer en la Obrería para pagar los cuatro ochavos que cueste este extraordinario! Quedóse silencioso largo rato don Antolín, mirando fijamente a Luna, como si acabara de ocurrírsele una idea extraordinaria.
Palabra del Dia
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