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Actualizado: 20 de junio de 2025


¡Qué yo! algún encuentro sentimental; el placer de codearse durante largas horas con el que o la que se ama, el permitirse una libertad de lenguaje que no se podría usar en otra parte. ¡Perverso! se refiere usted a la señora d'Ornay y a Platel... Y la risa musical de María Teresa estalló en un gorjeo, acabando de exasperar a Juan.

Si fuese yo una reina de otros tiempos, querría condecorar a todos mis bravos defensores... No soy más que una hija de la libre América, pero os pido que llevéis sus colores en memoria mía. Y con encantadora amabilidad, empezando por el último soldado y acabando por el capitán, les distribuyó la cinta azul sembrada de estrellas, un poco ajada, que adornaba su traje.

Ella, que tantos caprichos había tenido toda la vida, jamás se había mostrado aficionada al teatro, y menos a la música; desde su malparto a la fecha, y ya había llovido después, no había estado en el coliseo cuatro veces: la Compañía actual no la había visto siquiera, y ya estaban acabando el tercer abono... y de repente ¡zas!, sin avisar a nadie, tomaba un palco, y a la ópera todo el mundo.

El aislamiento de las diversas repúblicas entre , tendrá que ser y deberá ser menor cada día, y sólo en muy remoto porvenir, que va más allá de toda previsión humana, podrá crear lenguas distintas, acabando por no entenderse los que son hoy pueblos hermanos.

Su vida era una verdadera novela folletinesca, con encuentros de fieras y de bandidos. Y no obstante su pasado enérgico, permanecía horas enteras en el sillón, anonadada por una fatiga sin causa. Descender al camarote era empresa que le hacía reflexionar largamente, acabando por pedir que la sustituyese una de sus amigas.

Pero viéndola en trato familiar con la duquesa de Delille, la consideraba tan importante como la otra, acabando por confundir las cosas de ambas en un interés común.

Y, diciendo esto, se la puso en las manos a Sancho, el cual, empinándola, puesta a la boca, estuvo mirando las estrellas un cuarto de hora, y, en acabando de beber, dejó caer la cabeza a un lado, y, dando un gran suspiro, dijo: ¡Oh hideputa bellaco, y cómo es católico! ¿Veis ahí -dijo el del Bosque, en oyendo el hideputa de Sancho-, cómo habéis alabado este vino llamándole hideputa?

¡Ah! ¡señor! ¿sois vos?-dijo llorando la pobre anciana yo no os conozco, no os he visto nunca; pero debéis ser el señor Francisco Montiño. El mismo soy; ¿pero vive aún mi hermano? Está acabando; pero entrad, entrad: desde que esta mañana fué Juan á Madrid, os espera con tanta impaciencia, que no parece sino que vos habéis de traerle la salvación de su alma.

De pronto le vió incorporarse y correr camino arriba, recogiendo y levantando con ambas manos el sayal, lo menos dos palmos más largo de lo que pedía el cuerpo bajo y rechoncho del desconocido. Pero no tardó éste en detenerse, resoplando como si le faltara el aliento y acabando por dejarse caer sobre la hierba.

LEONIE. ¡Dispense, mi querido ahijado, que le haya hecho esperar...! Estaba acabando de arreglarme... ¿Por qué no me anunció usted su llegada en la última carta...? ¡Habría ido a aguardarle a la estación...! CIRILO. Ha sido un viaje imprevisto. Vengo para preparar mi desmovilización. LEONIE. ¡Oh! ¡Es una lástima...! ¡Le sentaba tan bien el uniforme...! CIRILO. ¡Bastante lo llevé ya...!

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