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El cura me preguntó que si eso de El Sol era una novela, y cuando yo le expliqué que era un periódico de diez céntimos, me dijo: Si es de diez céntimos, debe de ser bueno... ¿Y conseguiste la absolución? Ya lo creo. En las ciudades se consigue todo.

Teníamos una hacienda muy pingüe en las inmediaciones de Gaeta, y nos embarcámos para este puerto en una galera del pais, dorada como el altar de San Pedro en Roma. Hete aquí un pirata de Salé que nos da caza y nos aborda: nuestros soldados se defendiéron como buenos soldados del papa, es decir que tiráron las armas y se hincáron de rodillas, pidiendo al pirata la absolución in articulo mortis.

Y aun he visto algo más curioso, Antoniño, he visto hombres que viven sin dinero y que viven muy bien... En Madrid hay la mar. En Madrid es diferente observó Antoniño . Aquello es una gran ciudad. Yo no digo que allí me fuese de todo punto indispensable la absolución; pero, ¡aquí!... ¿Cómo quiere usted que viva aquí sin absolución un pobre tonelero?

Deshojada poco a poco por una lógica al principio tímida y por último irresistible, aquella vistosa flor de su presunción aristocrática, la cual, a falta de otras morales, desempeñaba en su alma un papel defensivo de primer orden, quedó completamente seca, muerta y más propia para irrisorio sambenito, que para adorno del cuerpo y del alma... Un día llevó Muñoz un papel, firmolo Isidora, después de negarse resueltamente a aceptar el auxilio que le ofrecía la marquesa, y a las dos semanas el juez decretó la absolución libre.

¿Escribirás hoy mismo á ese señor dando por terminadas para siempre las locuras? , Padre. Muy bien: vamos á la absolución. Y musitando sus latines, el Padre Paulí bendijo á la joven al través de la rejilla: después sacó la mano por el frente del confesonario para que se la besase.

Y rompió a sollozar perdidamente murmurando frases ininteligibles. El prelado se inclinó hacia ella y le habló con dulzura. Sosiéguese usted, hija mía. Sosiéguese usted y aprenda que un sucesor de los Apóstoles no puede sentir prevención ni odio. Si usted ha pecado, pida la absolución a su confesor.

Y Felipe habló así: Si es verdadera la máxima evangélica que recomienda la indulgencia y el perdón para los que mucho han amado, yo debo merecer absolución por todas mis culpas, pues siendo de complexión amorosa, como decía nuestro grave Molière, he amado con frecuencia suma y ardiente apasionamiento, sin ser correspondido, lo que constituye una causa, eximente, más que atenuante.

Entonces cada paso fue un desengaño: vio que la vida es lucha de egoísmos contrarios, donde el oro sirve de absolución para la infamia y salvo-conducto para la nulidad; el mundo una batalla en que se cuentan las preseas, no según lo que se trabaja, sino con arreglo a lo que se posee.

¿Cómo, pues, habla con tan poco respeto de la poesía que hizo surgir la luz de la inteligencia, el mundo moral de las ideas, del caos sin forma ni color de las masas inertes de nuestro ser material? ¡Arrodíllate, pecador, y pide la absolucion de tu blasfemia, á los piés de esa madre misericordiosa, que se llama poesía, y de cuyo seno mana la leche y la miel con que alimentas tu alma!

Pues ¿en qué consiste la parada? A la vista está.... Soy pobre, no tengo arrimos... ¡Y me habían asegurado a que se le había ofrecido a usted la absolución libre a cambio de sus votos para el candidato del Gobierno!... ¡Ya, ya!... Ofrecer, bien ofrecen; pero... ¿Pero qué? Que quiero yo cobrar adelantado, y ellos no quieren pagar hasta el día siguiente.