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Actualizado: 11 de junio de 2025
Pero Juan había recobrado el sentido de la realidad; balbuceó, levantando los ojos hacia ella: ¿Es usted?... ¿Es usted?... ¡Ya!... ¿Ha concluido el espectáculo? Disculpe mi confusión, pero estoy absorto en abominables cálculos. María Teresa, simulando que no veía la turbación de Juan, dijo: No he tenido valor para oír el tercer acto; la inquietud me torturaba. ¿Por qué, si yo estaba aquí?
Esta es una de las más abominables maldades que comete el hombre, no sólo con los toros, sino con otros muchos seres sensibles. ¿A quién debe detestar más la Sociedad protectora de los animales, a un torero de Córdoba, de Ronda o de Sevilla que mata al toro caballerescamente, Cara a cara y con razón,
«Me ha matado usted dijo al despedir a la ingrata . Creo que estoy malo. Maldita sea mi suerte». Y cuando ella se alejó, el bárbaro, mirándola desde el portal, pensaba cosas tristísimas y abominables. Sus pensamientos desencadenados brotaban en burbujas sueltas.
A mi ver, entendiendo así la poesía, tienen explicación y disculpa no pocas cosas de las que se dicen en verso, las cuales, si en prosa se dijeran, parecerían absurdas o abominables y podrían llevar a su autor en una sociedad algo severa a la prisión o al manicomio.
Largo tiempo estuve paseando de arriba abajo en este punto mi recuerdo es preciso presa de un abatimiento que no sabría pintarle a usted. «¡Amo a una mujer casada!», me decía, aferrado a esta idea, vagamente aguijoneado por lo que ella tenía de irritante, lleno de terror, sobre todo, como fascinado por lo que ella implicaba lo imposible; me asombraba el ver que, sin quererlo, repetía la frase que tanta sorpresa me causó en boca de Oliverio: «esperaré», y en seguida me preguntaba: «¿pero qué?» A esto no era dable responder más que con suposiciones abominables que me resultaban profanadoras de la imagen de Magdalena.
¿Cómo puedes creer semejante cosa? exclamé saltando de indignación. De veras que mi tío profesa doctrinas abominables. A esto Blanca me respondió con toda calma, que su padre era el buen sentido en persona y que había notado siempre que rara vez se equivocaba en sus apreciaciones y que por consiguiente se hallaba dispuesta a darle oídos. Pablo te quiere mucho, Juno murmuré yo casi sin voz.
Y á la verdad era bien necesario este consorte celestial para darle ánimo y aliento en la dura y continuada batalla con el enemigo infernal, que dolorido fuertemente de que un viejo idiota y sin letras corriese por el camino de la más alta perfección y se burlase de él quitándole tantas almas de sus manos, no le dejaba de perseguir de día ni de noche, ya apareciéndole en forma de feísimos animales, ya espantándosele con otras visiones abominables.
El otro día, tres soldados de la Academia, que vinieron con unos «parditos» a ver los gigantones, armaron un escándalo porque no les dejaban entrar por un perro gordo. ¡Como si pidiésemos limosna...! Se van muchos echando pestes contra la iglesia, lo mismo que si fuesen herejes, y en la escalera pintan con carbón cosas abominables o escriben palabras obscenas. ¡Qué tiempos!, ¿eh, Gabriel?
En mí hay error; pero mala fe, jamás. La ligereza, ¿será hermana del crimen?... »He recurrido al juego y no he tenido suerte; se han conjurado contra mí hasta los abominables ganchos de los garitos. Es preciso acabar dignamente. Cada cosa que pierde el cimiento cae según su natural condición. Ayer te vio y quiso tirarte a la calle. Esta noche, tú y yo nos entenderemos.
¡Qué situación tan terrible! murmuró El enemigo más cruel de mi hija me hablará de amor. Tendré que prestar oído a sus galanterías abominables... y decirle: «¡Os amo!», ¡manchar mis labios con estas palabras impías! Hubo un silencio bastante largo.
Palabra del Dia
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