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Actualizado: 26 de noviembre de 2025


El doctor emprendió el regreso y, cerca ya de Gallarta, notó que un muchacho de unos catorce años, un pinche de los que trabajaban en las minas, le seguía, marchando tan pronto á su lado como delante, siempre volviendo la cara hacia él, mirándole con unos ojos desmesuradamente abiertos, suplicantes y vidriosos como si fuesen á saltarles las lágrimas.

Al oír el estrépito de afuera, suspendió hasta las lágrimas y se lanzó a uno de los cuarterones abiertos, y allí se estuvo mirando, con la avidez de un sediento, aquella mar de lluvia cernida, revuelta y zarandeada en el espacio por la furia del vendaval.

A este tiempo, llamaron a la puerta, y, preguntando quién llamaba, respondió Sancho Panza que él era; y, apenas le hubo conocido el ama, cuando corrió a esconderse por no verle: tanto le aborrecía. Abrióle la sobrina, salió a recebirle con los brazos abiertos su señor don Quijote, y encerráronse los dos en su aposento, donde tuvieron otro coloquio, que no le hace ventaja el pasado.

Y á los pocos pasos lo vió caído sobre sus ancas, enganchado aún al arado, pero intentando en vano levantarse, tendiendo su cuello, relinchando dolorosamente, mientras de su costado, junto á una pata delantera, manaba lentamente un líquido negruzco, del que se iban empapando los surcos recién abiertos. Se lo habían herido; tal vez iba á morir. ¡Recristo!

¿Tienes frío? preguntaba Germán. Y Ana respondía, con los ojos muy abiertos, fijos en la luna que corría, detrás de las nubes: ¡No! ¿Tienes miedo? ¡Ca! Somos marido y mujer decía él. ¡Yo soy una mamá! Y oía debajo de su cabeza un rumor dulce que la arrullaba como para adormecerla; era el rumor de la corriente.

Miguel le miraba y le remiraba con los ojos muy abiertos, sin moverse; sentía deseos atroces de irse a jugar con su primo Enrique.

Fué tal la sorpresa de la mujer, que apartó sus labios del licor, mirando á Robledo con ojos desmesuradamente abiertos. Desde que le hablar dijo tuve el presentimiento de que usted me conocía. Maquinalmente dejó la copa sobre la mesa. Luego se arrepintió, apresurándose á beberla de golpe. Pero ¿quién es usted?... ¿Quién eres?... ¿quién eres?

Sólo vive cuando puede hablar de «su finado». Y si la conversación cambia de tema, pierde todo interés para ella y parece dormirse con los ojos abiertos. Una idea repentina hizo abandonar a Maltrana su tono ligero. Pero ¿se ha fijado usted, Ojeda, en el modo de ser de estos hermanos nuestros?

Al quedarse solo encendió otro cigarro, adoptando en su sillón aquella inmovilidad en la que parecía soñar con los ojos abiertos. Sánchez Morueta no supo ciertamente si llegó á dormirse. Era un sopor dulce que no le hacía perder de vista cuanto le rodeaba. Pero en esta actitud, el tiempo transcurría para él inadvertido, y sentía el bienestar del que en nada piensa.

Toda soy fuego de amor, Toda fe, toda esperanza; Por vos se me abrasa el pecho, Por vos se me arranca el alma, Bien , Señor, que es mayor Vuestra clemencia, que cuantas Culpas hay, si arenas fueran, Y vos, Virgen soberana, Madre de Dios, amparad En este trance mi alma: Padre, vuestra bendición Me dad, que mi Esposo aguarda Ya con los brazos abiertos: Jesús, Jesús.

Palabra del Dia

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